Diario de León
Publicado por
José Antonio García Marcos | Psicólogo clínico y escritor
León

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El día 5 de agosto de 1998, un hecho trágico conmocionó a los habitantes de la bella ciudad de Segovia. A primeras horas de esa mañana de verano, cuando muchos trabajadores y comerciantes se apresuraban a abrir sus tiendas y acudir a sus puestos de trabajo, una pareja compuesta por un hombre y una mujer con edades inferiores a los cuarenta años, después de abrazarse en lo más alto del Acueducto, ante la mirada atónita de los viandantes, se arrojó, primero ella y poco después él, al vacío muriendo en el acto en la plaza del Azoguejo.

La noticia no solo conmocionó a la pequeña urbe castellana. Varios telediarios se hicieron eco de la extraña muerte, así como diversos periódicos de tirada nacional lo mencionaron al día siguiente en sus páginas, ampliando la onda expansiva emocional del trágico acontecimiento.

En aquellos momentos, yo trabajaba como psicólogo clínico en la Unidad de Hospitalización Psiquiátrica del Complejo Hospitalario de la ciudad. Conocía a la mujer porque había estado ingresada en varias ocasiones en nuestra unidad aquejada de una grave enfermedad mental, por lo que decidí escribir un artículo para intentar arrojar algo de luz sobre la tragedia del suicidio y, al mismo tiempo, aliviar, en lo posible, la angustia existencial que se había adueñado de la ciudad. Recuerdo que pocos días después, la madre de la paciente se pasó por mi despacho del hospital para agradecerme ese gesto. El título del mencionado artículo de opinión era el mismo que utilizo ahora:  Sobre el suicidio . El periódico que lo publicó, respetó íntegramente el texto, con una salvedad: sustituyó mi título por otro mucho más farragoso:  La falsa impresión de una muerte libre .

La mujer, como he dicho, padecía una grave enfermedad mental, no tenía ninguna conciencia de ese hecho que estaba deteriorando su existencia, se negaba a tomar la medicación que le prescribía su psiquiatra y, además, últimamente se había dejado arrastrar por su pareja al submundo de las drogas ilegales. Todo ello, junto con otros datos de menor importancia que no viene a cuento señalar aquí, les condujo al trágico final en plena plaza pública y a la vista de sus conciudadanos. El suicida, por lo general, suele ejecutar su acción autolítica en la más estricta intimidad.

En aquella época de finales del siglo XX, el suicidio era un tema tabú que los medios de comunicación se empeñaban en silenciar porque, entre otras razones, se pensaba que hablar sobre él lo que hacía era fomentar que otras personas con problemas parecidos pudieran imitar al suicida. Por supuesto que había algo de verdad en esa premisa que, incluso, tenía un nombre técnico, el efecto Werther, por la oleada de suicidios entre los jóvenes que desencadenó la novela del genial escritor alemán Wolfgang Goethe.

La reciente muerte por suicidio de la actriz Verónica Forqué ha terminado, por fin, con ese mito en nuestro país ya que todos los medios de comunicación, prensa, radio y televisión, hablaron abiertamente de cómo la actriz, que poco antes había participado en un programa de masas de la televisión pública, había puesto fin a su vida, condicionada por sus problemas mentales.

Por otra parte, la pandemia que vivimos desde hace ya casi dos años ha contribuido también a que se hable directamente del suicidio porque este difícil tiempo que nos ha tocado vivir ha influido en que aumente la incidencia tanto de los suicidios consumados como de los intentos que, por diversas razones, no consiguen el objetivo de poner fin a la propia existencia. Con este panorama tan desolador, desde diversas iniciativas ciudadanas se ha ejercido una cierta presión a las autoridades públicas para emprender acciones con el objetivo de prevenir la conducta suicida. Recientemente, incluso, se está yendo más lejos y algunas comunidades autónomas proponen incluir el tema del suicidio dentro de las aulas.

El suicidio es una cuestión trasversal que afecta por igual a hombres y a mujeres, aunque los primeros se suicidan con más frecuencia mientras que las segundas protagonizan más intentos frustrados de suicidio, a jóvenes y a adultos, a ricos y a pobres, a residentes de las grandes ciudades o de los pueblos más remotos. Tampoco los niños y adolescentes se escapan de esta opción trágica de acabar con la propia existencia, por lo cual no debería considerarse solo un tema de mayores.

Pero más que hablar del suicidio en sí en las aulas, se debería abordar la enfermedad, también de la enfermedad mental, que muchas veces se presenta en nuestro entorno social sin que seamos capaces de captar sus signos y sus síntomas y que explicaría un porcentaje muy elevado de los suicidios. Y, por supuesto, hay que hablar de la muerte y de las distintas formas de morir. Y todo ello con la idea de comprender a aquellas personas que presentan alguna alteración emocional y, desde esa comprensión y empatía, intentar solidarizarse con los más vulnerables. Las personas con trastornos mentales tienden a aislarse de su entorno, una tendencia que debería ser contrarrestada por el grupo en el sentido contrario: persistir reiteradamente en integrarlas con el resto y, al mismo tiempo, ayudarles a verse como uno más con sus propias peculiaridades.

El suicidio es un problema sanitario y, fundamentalmente, de Salud Mental. No se trata, como decía Albert Camus, de la más importante cuestión de la Filosofía, aunque está bien que los filósofos, los sociólogos, los representantes de las distintas religiones, los ateos o los políticos reflexionen sobre él con el ánimo de arrojar más luz y, entre todos, reducir su incidencia. Porque también es un problema social. Y, por último, sería deseable hacer un gran esfuerzo para mejorar las estadísticas del suicidio en nuestro país.

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