Diario de León

TRIBUNA

Tahar Djaout, en la memoria

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LEONOR MERINO
León

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TAHAR DJAOUT había nacido en 1954 en Azeffoun en la Kabilia marítima. Pasa su infancia y adolescencia en la Casba de Argel. Realiza estudios de Matemáticas en la Universidad de Argel (1977) y de Ciencias de la Información y de la Comunicación en la Universidad de París II (1985). Primero, como periodista profesional, cronista y editorialista de la revista Algérie-Actualité, toma parte de una manera continuada en los debates políticos, lingüísticos y culturales de Argelia. Y más tarde, con la energía tranquila que le caracterizaba, no cejó de denunciar las taras de una sociedad y sus males destructores en la revista Ruptures que dirigía. Su poesía (Solstice barbelé, 1973-1974, L'Arche à veau-l'eau, Insulaire et Cie, L'Oiseau minéral, L'Étreinte du sablier y Pérennes. Poésies: póstuma) destaca por su vigor y retorno a la grandeza de una antigua memoria que manifiesta, al mismo tiempo, la nostalgia de la infancia, el resurgimiento del sur, el viaje, la nominación de los seres y las cosas. Sus novelas (L'Exproprié, Les Chercheurs d'os, Les Rets d'oiseleur, L'Invention du désert, Les vigiles y Le Dernier été de la raison: póstuma) se caracterizan por su originalidad, por la búsqueda de un espacio de pureza, a veces teñida de causticidad y de sana ironía. Obras que dan muestra del ritmo poético de su escritura y en las que el héroe se encuentra doblemente expropiado del espacio natal y de sus palabras, pero siempre lúcido en una ciudad adormecida, anquilosada, que no sabe responder a los interrogantes de una juventud que ya no puede vivir en la hipocresía. El poeta nos da cuenta, en su obra, no del vértigo sufrido sino de su vasta ciudadanía. Este escritor hablaba siempre de su piel provisional, como si se sintiera en mutación, para recubrir su piel original, esas raíces cabilias remotas, ese paganismo ancestral y esa comunicación carnal con la tierra, ese amor por Argelia: «Creo que un escritor argelino es un escritor de nacionalidad argelina y la mirada que pueda dirigir a su alrededor y al mundo no puede ser más que una mirada argelina, mirada que enriquecerá a Argelia más aún cuando la inscriba en un contexto de valores universales». No sólo el rigor atraviesa su escritura, y su sueño era la paz de los suyos, sino que participaba en las preocupaciones de la literatura contemporánea entre la que contaba con numerosos amigos. Su defensa brava de los derechos del hombre, dondequiera que se hallara, se debía a su pluma humedecida en poesía y coraje. Su mediana y elegante figura despedía fraternidad. Su decimonónico bigote enmarcaba una amplia y sincera sonrisa, tras la que se agazapaba la timidez y la humildad. Su tono de voz caluroso, afable, resuena aún por aquellas recién regadas aceras de la Carrera de San Jerónimo y de la Plaza de Santa Ana, cuando vino al Coloquio Maghreb-Europa el 2 de junio de l992, celebrado en el Círculo de Bellas Artes, justo un año antes de caer abatido en Argel -3 de junio 1993- tras varios en días en coma, por atentado terrorista. Este joven poeta argelino habló del amor con naturalidad y violencia, y supo también con sus manos separar «la violencia donde la mariposa del alma se gira, con ese semblante de luz, para ir en búsqueda de la fuente». Pero existen ciudades -se lamenta el poeta- donde es horrible tener veinte años; veinte años que uno querría tirar por la ventana, sobre todo cuando vuelve a ver a su prima reducida a la virtud de procrear. Poeta intuitivo que cantó al mar al identificarse con su resaca y habló también del bosque, de la agonía de la higuera, de su país, de los astros que han sido enlatados para enamorar al turista, de la errancia, del exilio, del rechazo y la soledad de los hombres. Pero en Djaout existe también una profunda y pagana alegría de vivir, comprendida en la dificultad cotidiana y la insulsez de ciertos ambientes, que en alguna medida se aproximaría a su compatriota Nabile Farès.Su obra entera representa constantemente una subversión de lo ya confirmado, un estallido de todas las fórmulas convenidas y de todos los conformismos. Si los primeros textos en ocasiones son agresivos en ese sentido, luego será cada vez más el humor el que se revelará como arma más eficaz que el anatema, pero siempre la poesía dará un cálido aliento a toda su obra. Hace algún tiempo que reposa en su querida tierra cabilia, pues nadie, como él, sabía que la naturaleza es infatigable asesina, infatigable paridora, nadie como él sentía el humus de esa tierra, y que la henna es planta de Arabia, y que el benjuí es perfume de Arabia. Todo lo que viene de allí colorea, perfuma y sana. Por eso de niño soñaba con ir allí en la migración de las golondrinas, en el instante en el que sus volutas siderales se pierden en el fluido del cielo. Y el poeta decía: «El silencio es la muerte / Y tú, si hablas, mueres / Si te callas, mueres./Entonces, habla y muere». ¿Qué es lo que nos queda, entonces? Sólo nos queda ser capaces de actos de vida, y que la travesía del desierto no ofrece temor y que el honor de ser escritor, de ser intelectual, es un gran honor que Tahar Djaout mereció. No se verá ya más la sonrisa tímida del hombre, pero su voz poética se oirá por siempre en su escritura. «Amigo,/cuando llueve,/la tierra huele/a humus, a hierba./ Eres tú, que bajo el suelo/ tu esencia expandes/ sobre Kabilia, los mares./ Eres tú, Amigo, acunado por el viento» ; (versos inéditos de la autora).

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