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TRIBUNA | La miseria de los populismos

Si Europa reacciona y hacemos políticas socialdemócratas que disminuyan el paro y suban los salarios, el populismo volverá a ser una fuerza marginal. El fracaso del comunismo fue tan estrepitoso que los comunistas negaron serlo

Publicado por
Francisco López Rodríguez / Profesor
León

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El populismo es una opción política que plantea como fin la justicia social y la soberanía, pero en realidad tiene como objetivo más frecuente alcanzar el poder político con el apoyo de los sectores más desfavorecidos. Por eso para el sociólogo alemán Ralf Dahrendorf, el populismo es un término peyorativo, porque de lo que se trata entonces es de demagogia, y un gran repertorio de métodos, como un liderazgo carismático y un discurso donde predomina lo emocional sobre el sentido práctico para la movilización popular. 

Por tanto, el apoyo popular se antepone a toda previsibilidad económica sin importar las consecuencias, como ahuyentar a los inversionistas con una retórica antielitista y antimperialista e implementar ambiciosos planes sociales sin una economía sustentable. El papel del Estado se sobredimensiona en el ámbito económico. El populismo se apoya en el descontento de las clases bajas, en una clase social que no tiene cultura y, si la tiene, solo se aprovecha para alcanzar objetivos personales. 

Si Europa reacciona y hacemos políticas socialdemócratas que disminuyan el paro y suban los salarios, el populismo volverá a ser una fuerza marginal. El fracaso del comunismo fue tan estrepitoso que los comunistas negaron serlo. No es que los comunistas abandonaran el comunismo, es que el comunismo les abandonó a ellos. 

Hugo Chávez y Nicolás Maduro, Fidel y Raúl Castro, Rafael Correa, Evo Morales, Dilma Rousseff, Pablo Iglesias fueron o son populistas por un continuo engaño basado en la miseria y en la explotación a los pobres. Si Bolívar viviera hoy, dice el intelectual chileno Axel Kaiser y la politóloga guatemalteca Gloria Álvarez en la obra El engaño populista y pudieran ver lo que ha ocurrido en los países latinoamericanos y está ocurriendo, «su depresión probablemente lo llevaría al psiquiatra». 

La corriente bolivariana que manda en Latinoamérica no pertenece a la tradición de izquierda, es puro populismo. El líder de Podemos, como los presidentes a los que se ha tomado como modelo, han promovido deliberadamente un gran engaño, que es el de prometer bienestar para todos con ideas y proyectos políticos cuyo resultado no puede ser otro que la destrucción de las posibilidades de progreso y las libertades de los ciudadanos. 

El líder populista distingue en su discurso el pueblo del anti-pueblo, y él es quien encarna el pueblo. Esta dualidad fomenta el odio en la sociedad dividiéndola entre buenos y malos. Hay que recordar el lema del Che Guevara: El odio como factor de lucha. Para el populismo hay un enemigo que vencer. 

Una vez establecido quién es el enemigo, el segundo paso consiste en eliminar la libertad económica, siempre dentro de una adoración febril del poder del Estado, su motor último. El populismo es estatista, dictatorial, pretende ostentar el poder absoluto bajo el principio de todo para el pueblo sin el pueblo. El líder populista se presenta como un salvador frente a los otros. La culpa de todos los males la tienen los otros, ya sean los ricos, los gringos, el capitalismo o la CIA. 

El político populista siempre es la víctima y se presenta como el «salvador» que pondrá fin a la conspiración conjunta de las oligarquías nacionales y los perversos intereses capitalistas internacionales. Una idea, la de culpar a otros de los propios errores. El neoliberalismo es un genio maligno, una paranoia, que amenaza con sumergirnos en las tinieblas para siempre, dicen los populistas. 

Todos han señalado al neoliberalismo como causante de las desigualdades. El uso populista del neoliberalismo es una trampa para justificar moralmente su indefendible ambición de poder. Los números demuestran que los ingresos de los pobres son diez veces mayores en los países con más libertad económica que en los que esta queda restringida. No es lo mismo ser pobre en Suiza que en Venezuela. 

El populismo pretende destruir la democracia desde dentro. Si el socialismo clásico aspiraba a derrocar el orden burgués a través de la revolución violenta, el populismo pretende llevar adelante su programa autoritario aprovechando los mecanismos electorales para destruir la democracia desde dentro. Kaiser y Álvarez se detienen en Pablo Iglesias, el más leído y escrito entre la nómina de populistas actuales, quien declaró que «la democracia «es el movimiento dirigido a arrebatar el poder a quienes lo acaparan (el Monarca o las élites) para repartirlo entre el pueblo». 

La idea de democracia del líder de Podemos es capciosa ya que los populismos de izquierda o extrema izquierda anulan la democracia. En el fondo, suponen un desafío a la propia esencia de la democracia. Cuando el secretario general de Podemos dice que la democracia solo es posible si desaparecen los privilegios de la clase dominante en favor de la mayoría desfavorecida, en realidad está diciendo que la democracia equivale al socialismo, es decir, a la redistribución igualitaria de la riqueza. Iglesias usa el concepto de democracia como una mascarada, una verdadera farsa para avanzar proyectos populistas que buscan apariencia de legitimidad popular. La realidad populista es igualar la miseria, es decir, los ricos pasan a ser pobres y los pobres existentes pasan a ser miseria.

 Los populistas son hipócritas, demagogos. Fidel Castro, con un patrimonio de 900 millones de dólares, era uno de los políticos más ricos del mundo y era comunista. «Siempre es una élite la que reemplaza a otra», advierten Kaiser y Álvarez: A lo sumo se puede decir que el populismo socialista ha logrado cierta igualdad, pero una igualdad en la miseria». 

Maduro a través de sus lugartenientes tiene muchos millones de dólares fuera de su país al igual que su hija. Algunos de sus ministros amparan los negocios más sucios y tienen grandes fortunas en paraísos ficales. Los populistas transmiten al pueblo lo que el pueblo quiere oír. Pero el populista se aprovecha y se arroga en la bandera de la explotación para justificar su vida y sus riquezas. 

Solo tenemos que ver la mansión de Pablo Iglesias y su compañera, que se sepa, debió de costar seiscientos mil euros y, aún más, con datos públicos tienen una suculenta cuenta corriente de miles de euros y sin embargo, sus votantes populistas son igual o más pobres. Esto es populismo. Me apoyo en la miseria del pueblo y yo vivo en la grandeza. Ahora bien, lo siento por ese pueblo, creo que no es inteligente y como dice el dicho popular al burro entre más palos le das más burro es. Luego sigamos en la bandera del populismo más miseria y pobreza.

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