Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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Hace unos diez años yo estaba en Zamora. Era de noche, era invierno. Sabía que en la ciudad vivía el filósofo y poeta Agustín García Calvo. Expulsado de la universidad por Franco, se exilió en París y volvió a España en la transición. Recuperó su cátedra y cuando se jubiló, se instaló en su natal Zamora.

Yo había leído en algún sitio que él vivía en la calle de los Notarios. La busqué en el plano: naturalmente, estaba en la zona más antigua de Zamora, que es un lugar fascinante y no tan conocido como debiera. Tal vez porque la cercanía de Salamanca, una de las ciudades más bellas de Europa, la tapa un poco.

Casi no había nadie por la calle. Solo el frío y la luz de las farolas. Todo tejía un escenario que favorecía la alucinación. Como si me adentrara en un poema de Gamoneda. Exactamente eso: me estaba adentrando en un poema de Antonio Gamoneda. Entonces vi avanzar delante de mí, muy lentamente, a un hombre mayor. Muy delgado, algo encorvado, frágil. Un hombre que iba bordeando una calle estrecha que yo aún no sabía que era la de los Notarios.

El hombre siguió su camino, yo había acelerado bastante mi paso y estaba muy cerca de él. Era Agustín García Calvo, que luego, al poco, se detuvo delante de una casa. Buscó las llaves y abrió la puerta. Recuerdo que en el buzón ponía: editorial Lucina.

Antes de cerrar, me miró raudamente. A aquel otro hombre que andaba por Zamora en horas raras, a diez bajo cero, envuelto en una irrealidad que solo el frío convoca. Envuelto en una nostalgia rara, sin motivo concreto. En un caminar que no era del todo caminar.

En la plaza de la hermosa y extraña catedral no había nadie. Aunque debía de revolotear por allí un poema de Agustín García Calvo. No era el poema Libre te quiero, que tan bellamente musicara Amancio Prada. Era otro. Por allí quedó.

Luego inicié el regreso por calles que se asoman al Duero: extraordinario balcón para vivir, para ver el río, el mundo, para vislumbrar Portugal. Para sentir que Zamora es el corazón leonés, acaso. La vieja Zamora leonesísima, con sus Urracas y Elviras, con el traidor Bellido Dolfos. Centro de un reino medieval y verde que terminaba allende el Tajo.

Zamora en el eje de lo leonés norteño y del sur salmantino y extremeño. También del Portugal más leonés, el del nordeste. Y allí la casa donde vivía Agustín García Calvo, uno de los mitos más auténticos de mi generación y de otras. El profesor libertario, el sabio latinista, el misterioso señor de la ciudad más románica de Iberia.

Ha muerto un leonés que vivía en el mundo, y que le dio a Zamora un encanto grande, aún más del que ya tiene. Ha muerto un hombre cultísimo, libre, ácrata, poeta, pensador y bastante estrafalario. Hacía bien.

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