Diario de León

El primer vuelo de Aquiana

El histórico semanario salió a la calle hace 50 años, en plena psicósis atómica . El Bierzo andaba huérfano de prensa cuando apareció en 1964 el primer número de ‘Aquiana’, dirigido por Ignacio Fidalgo. Eran los años de la Guerra Fría y de la férrea censura franquista, que se escandalizaba por un biquini

Primer número de ‘Aquiana’. Arriba, Ignacio Fidalgo en 2000. Abajo, detalle censurado.

Primer número de ‘Aquiana’. Arriba, Ignacio Fidalgo en 2000. Abajo, detalle censurado.

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CARLOS FIDALGO | PONFERRADA
Ponferrada

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«¿Qué sucedería si explotase una bomba atómica en el Bierzo?» titulaba el semanario Aquiana en la portada de su primer número. Era el mes de enero de 1964, la crisis de los misiles de Cuba estaba muy reciente, Kennedy había muerto en Dallas, Vietnam era una caldera en embullición y el miedo a que la Guerra Fría desembocara en una hecatombe nuclear llegaba hasta el último rincón del planeta.

El semanario tenía 20 páginas, costaba ocho pesetas, y el artículo de divulgación sobre los efectos de la radiación —«En cualquier lugar puede suceder una explosión atómica», decía otro titular del texto en el que el redactor Jesús Rodríguez entrevistaba al jefe local de los Servicios de Defensa Atómica y Química, el licenciado en Ciencias Químicas Juan Hernaz Llorente— era uno de los más llamativos. «Las explosiones nucleares se caracterizan por una luz muy viva producida por elevadas temperaturas, una onda expansiva destructora como un huracán y un desprendimiento de radioactividad», explicaba el licenciado en Ciencias Químicas Hernaz Llorente, cuyo cargo oficial revelaba hasta que punto el temor atómico se había infiltrado en la sociedad.

Pero Aquiana , que sobrevivió hasta el siglo XXI, siempre bajo la dirección de Ignacio Fidalgo Piensos, que falleció en 2010, había nacido para cubrir un hueco en la información local. Y lo encontró. Ponferrada, donde a finales del siglo XIX se publicaron periódicos como el Eco Berciano y Clamor del Bierzo , El Templario en los años veinte y Promesa , después de la Guerra Civil, se acostumbró muy pronto a las páginas de Aquiana después de aquel primer número donde también se informaba de las obras del nuevo cementerio, con un coste de ocho millones de las antiguas pesetas, o de los noventa millones de pesetas del presupuesto del Polígono de las Huertas.

El semanario, que tomaba su nombre de una de las cumbres más famosas del Bierzo, incluía una entrevista con el fundador de la Ponferradina, el industrial Ángel Prieto Rodríguez, en un año en el que el club reivindicaba «su fama de equipo puntero de tercera división». Prieto recordaba cómo su primer intento había sido fallido. «Era el año 1917 cuando vine a vivir a Ponferrada. Venía de Orense. Aquí no se conocía el fútbol. Yo había comprado en Orense un balón y quise formar un equipo. Para lograrlo busqué aficionados entre gentes de Arriba y de La Puebla, pero como nadie sabía cómo se jugaba, no conseguí en aquel primer año formar equipo», reconocía. Tuvo que esperar a 1919 para jugar su primer partido contra un once de Bembibre.

El periódico también entrevistaba al alcalde de Ponferrada, Luis García Ojeda, con el don delante, que ya entonces reconocía que «la salida y aprovechamiento razonado de los productos del nuevo campo berciano» era «un problema urgente», pero que no dejaba de vanagloriarse de cómo se había solucionado uno de los problemas históricos de la comarca; la construcción del Canal del Bierzo. Decía García Ojeda que aquel asunto, planteado «por los antiguos políticos» y «bandera electoral de todos los partidos», «ha sido resuelto, sin algaradas ni voleto de campanas por nuestro Caudillo». Nada menos.

Aquiana , que tenía su redacción en el número 10 de General Vives —el teléfono era el 951— nacía con las ideas claras en una prensa que no lograba escapar a las servidumbres del antiguo régimen aunque se lo propusiera. Y ese sí era un peligro más real, y más cercano, que el de la bomba atómica. «Hay que afrontar la verdad desnuda. El periodismo de la hora presente tiene que ser incisivo, sincero y valiente», se leía en el editorial de aquel primer número.

A su manera, lo puso en práctica. Aquel mismo año publicaba el escritor villafranquino Ramón Carnicer Donde Las Hurdes se llamaban Cabrera , y su crónica de la miseria cotidina y el atraso de los pueblos del sur de la provincia levantaba ampollas en la Diputación y en la prensa de la época. Aquiana le defendió. Pero esa ya es otra historia.

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