Diario de León

entierro diferente en vega

«El día que me muera quiero música y alegría»

La charanga Los Bercianos, la tarde del domingo en el funeral de Sara Cerezales, en Vega de Valcarce. DL

La charanga Los Bercianos, la tarde del domingo en el funeral de Sara Cerezales, en Vega de Valcarce. DL

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León

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MANUEL FÉLIX | PONFERRADA

Es otra forma de irse de este mundo y ser recordado. Con alegría, o al menos con música alegre. Sucedía a las ocho de la tarde del pasado domingo en Vega de Valcarce. Una mujer era enterrada al compás que marcaba la música de la charanga Los Bercianos. Los músicos tenían un encargo familiar especial, tocar —entre otras canciones— ‘Paquito el chocolatero’ en este funeral.

Sara Cerezales moría a sus 59 años de un aneurisma cerebral. Siempre fue una mujer vital, activa, peculiar, diferente, con mucha vida. Una mujer emprendedora y echada para adelante. Supo en su recorrido vital lo que era emprender negocios de inmobiliaria, construcción y hostelería. Fue la que promovió hoteles como el situado en Ambasmestas, en el cruce que va hacia Balboa. O también el hotel Alfageme, de Trobajo del Camino, en León. Enviudó y luego se casó con Gabriel Merayo Feliz, y así supo también lo que era moverse en el mundo del vino, con Viña Albares.

Contaba ayer a este periódico su hijo Francisco Rodil Cerezalez que acababan de llegar hace unos días de esquiar en los Alpes. Su madre rebosaba fuerza y vitalidad. Sin embargo, algo le sucedió en una de las venas del cerebro que acabó con su vida.

«Siempre nos había dicho que, si un día se moría, quería alegría, nada de tristezas y lloros; el día que me muera quiero música y alegría; y así fue», comentaba con sentimiento, respeto y total entereza su hijo Francisco.

Después de la misa de funeral, al sacar el féretro fuera de la iglesia, lo colocaron en la calle. Y así fue como empezó a sonar la música de la charanga. Por su puesto, arrancaron con ‘Paquito el chocolatero’.

El sepelio discurrió por las calles de Vega de Valcarce y con la funeraria, en dirección al cementerio, fue la banda de música interpretando canciones de lo más alegres. Sonaron pasodobles y tangos.

«Fue un funeral atípico y había gente sorprendida, pero se emocionaron muchos con lo que estaban viviendo; estábamos simplemente despidiendo a una persona que quería alegría cuando sucediera su muerte». Es más, su hijo recalca a modo de anécdota que, en un momento del recorrido, se volvió hacia la charanga y les dijo que el tema que estaban interpretando no era más bien triste, y les pidió otro con más salero.

El féretro entró en el cementerio y de nuevo sonó lo que había pedido su madre en vida. El respeto por la voluntad final de una persona fue máximo.

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