Diario de León

VENEZOLANOS EN EL BIERZO

«Todo en Venezuela se volvió una supervivencia»

EN ESENCIA. Venezuela es rica en recursos naturales pero su principal valor son sus gentes, las mismas que están huyendo. La alegría de vivir es la esencia del venezolano, asegura una de ellas. Son gente luchadora que ansía un futuro distinto. No son muchos en el Bierzo, pero los hay y viven en una pesadilla continúa por la familia que sigue allí. La comida se ha convertido en un artículo de lujo, no hay medicinas y tienen más miedo a la policía que a los ladrones.

Una persona hace ondear una bandera venezolana

Una persona hace ondear una bandera venezolana

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León

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maría carro | ponferrada

Hace ya unos años que Marina y su familia llegaron a España desde Venezuela. Primero se vino ella con su hijo y, más tarde, sus padres. Ahora, todos viven en Ponferrada. Para ellos, el viaje fue más fácil porque el padre de Marina es español, pero no todos los venezolanos tienen la misma suerte. Algunos peregrinan durante meses por países de Sudamérica tratando de ahorrar el dinero necesario para comprar un billete de avión que cuesta entre mil y 1.500 euros, otros lo piden prestado. Ahorrar en Venezuela es imposible. El salario de un mes da para comprar un kilo de harina y comer es lo primero. Por eso, millones de venezolanos se han visto obligados a emigrar. España es el principal país de destino dentro de Europa por el idioma, pero conseguir el pasaporte no es tarea fácil. Hace un año que la familia de Marina inició los trámites para poder traerse a su abuela. De momento, no lo han conseguido. La administración les asegura que su pasaporte está en impresión y así lleva meses.

«Cualquier trámite que aquí es una mera gestión, allí es un drama de meses. Todo en Venezuela se volvió una supervivencia. Se ha burocratizado todo muchísimo», explica Marina que, desde la distancia, asume con optimismo los cambios que se están produciendo en su país. La irrupción de Juan Guaidó y lo que éste ha conseguido, principalmente, el reconocimiento internacional, es «la primera oportunidad real en los últimos 20 años» para cambiar el modelo político y, con ello, recuperar el país. En todo caso, ella misma reconoce que el cambio va más allá de la salida de Nicolás Maduro. Debe haber un cambio de mentalidad, una transformación de la propia sociedad desde dentro, dice.

La falta de alimentos es el problema más grave, pero hay muchos más. No hay medicinas y la inseguridad es parte del día a día. «Allí, la vida no vale nada. Tú sales de casa por la mañana pero no sabes si vas a regresar. Que llegues vivo es un logro y esa sensación de estrés la tiene cualquier venezolano, sea del nivel que sea», describe una joven que sabe bien lo que dice. Hace tan sólo quince días que atracaron a su hermano. «Fue a desayunar a las nueve de la mañana, después de dejar a las niñas en el colegio, y le pusieron una pistola en la cabeza. Le quitaron todo lo que llevaba encima», relata. Su hermano se resiste a abandonar Venezuela porque quiere mantener abierta la empresa familiar que fundó su padre y en la que trabajan dos decenas de personas. Aunque, «funciona a duras penas».

«Son 20 familias que, si la empresa cierra, se van a pasar hambre. Ya no es sólo el sueldo, porque al final lo completas con comida o con papel higiénico. No es por el papel en sí, sino por el tiempo y el riesgo de exposición al que se enfrentan cuando tienen que hacer colas de ocho horas bajo el sol para conseguir productos básicos. Colas en las que hay atracos, robos, es una cosa como el lejano Oeste», asegura. «En Venezuela, la comida se ha convertido en un artículo de lujo», se lamenta. Tanto que el concepto de caducidad ha desaparecido, incluso para los medicamentos. «La gente utiliza todo caducado. Mejor eso que nada. Se ha generado una conciencia de reciclaje propia de una economía de guerra», se lamenta. «La gente ha dejado de endulzar hasta el café porque no hay azúcar y se ha generado una mentalidad de carestía de la que te das cuenta cuando sales fuera».

Marina dibuja el esquema de un país sin ley ni orden, en el que mandan los presos y donde la policía no es de fiar. «Cuando llegué aquí, ver a la policía cerca me generaba desconfianza, porque en Venezuela son ellos los que te roban. Que te pare la policía te da más miedo que te pare un ladrón. No sabes quien termina de robar más, si el ladrón o el policía», critica. Tal es así que su propio padre fue víctima de un secuestro exprés hace unos años y ni siquiera lo denunció.

Ahora —insiste Marina— Venezuela tiene una oportunidad real y espera que salga bien, aunque siempre mirando de reojo al fracaso. Otras veces ha pasado y sobre la cabeza de todos los que resisten allí merodea la sombra de un conflicto armado. «Cuando vives en Venezuela, vives en permanente alerta y con stock, con almacén de comida. En casa de mi madre hay tres neveras gigantes con todo congelado y un almacén de comida cerrado con tres llaves. La comida es lo primero y quien tiene posibilidades va almacenando por lo que pueda pasar», afirma, aunque reconoce que la mayoría no puede almacenar, porque a duras penas les da para pasar el día.

«Gente que trabaja con nosotros ha adelgazado 30 kilos, comen una vez al día y, a veces, ni eso», explica. La inflación es «brutal» y los precios prohibitivos. «Hay una hiperinflación del 7.000% y no está declarada», asegura una joven venezolana que prefiere no dar a conocer su identidad. No quiere tener problemas. El secuestro de su padre, la inseguridad diaria que enfrenta la familia que tiene en Venezuela, el hecho de mantener abierta la empresa familiar. No quiere represalias de ningún tipo si alguien allí reconoce su historia. Aún en la distancia de miles de kilómetros, siente miedo. Miedo y mucha pena.

La conversación se detiene con frecuencia porque las lágrimas inundan sus ojos. Hace más de tres años que no pisa su país y eso duele. Es libre pero no tiene libertad para ir cuando desee. Está condenada a vivirlo todo desde la lejanía mientras la situación no cambie. Y si al final cambia, regresará, aunque sea de visita, y lo primero que hará, después de abrazar a los suyos, es conocer su país. Cuando pudo hacerlo prefirió viajar fuera y ahora se arrepiente. No lo tiene y ha aprendido a valorar la grandeza de un país «tocado por el dedo de Dios», dice. Un país de grandes recursos naturales, de coltán y petróleo que, ahora «está comprando gasolina».

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