Diario de León

LA GAVETA César Gavela

Treinta años

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León

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En estos días centrales de octubre se cumplen treinta años de una tarde probablemente gris en la que salí de casa sin prisa, y pasé delante de las puertas de los vecinos (hoy casi todos muertos), y alcancé la calle donde me encontré con el paisaje cotidiano, -los bares, el quiosco, el surtidor de la gasolina-, y a partir de ahí comencé a no ver casi nada, que toda la ciudad era yo mismo, mis dudas generales, mi futuro de niebla, mi pasado metafísico, mis diecinueve años virginales, mis melancólicos paseos en bicicleta hasta el monasterio de Carracedo, las veladas del conde Gatón, las inocentes transgresiones, y luego los vinos en el Olego viejo, y las reuniones clandestinas en el sótano de un mesón de la calle Real, y algún amigo que venía de Madrid, y que contaba cosas de los trosquistas. Y luego el amigo se iba, no sé a dónde, y yo continuaba hacia dentro y hacia fuera, hacia todas partes y ninguna, a veces yendo a ver a curas rojos que compraban discos que me dejaban, y ya pronto las lluvias habituales del Bierzo, algunas excursiones los domingos hasta Las Médulas cuando nadie iba. Y de nuevo los lunes y los martes, y algunos libros para estudiar en las largas mañanas en el saloncito, entre los timbrazos de la lechera y de los pobres de pedir, tantos que venían, como aquel de Villafranca; pero estábamos en que yo iba por la calle, la que ahora se llama avenida de España, y ya estoy a la plaza de Lazúrtegui, veo algunos ancianos por allí, y paso entre cafés y autobuses, y me dejo caer por la avenida de la Puebla, que también tenía otro nombre. Y llego al puente de hierro (o de cemento, o de aire, o de agua sucia) y la ruta se acerca a su final: camino ahora Calzada arriba, entro en un zaguán, llamo a una puerta y hay un hombre que la abre y que me saluda, (ese hombre es Ignacio Fidalgo) y le digo que quiero escribir artículos en Aquiana, entonces la única publicación del Bierzo, y él me dice que muy bien, y yo le hablo de hacer entrevistas, que no era cosa de opiniones propias, que muy pocas tenía entonces, y él me advierte que todo ha de ser gratuito y yo le digo que encantado, que lo que quiero es publicar, y lo cierto es que volví a casa muy contento y que días después, el 21 de octubre de 1972, vi mi nombre debajo de un texto impreso, concretamente una entrevista a José Antonio Carro Celada, que continúa siendo mi amigo, y sentí una emoción muy feliz y extraña, y aquí estamos, más o menos seguimos, siempre cerca de aquel muchacho que un día salió de su casa de Ponferrada y que pasó delante de las puertas de sus vecinos, que casi todos ya murieron.

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