El día en que José Antonio volvió a ver tras un año en la penumbra
El usuario de Asprona que estuvo en el limbo de las listas de espera recupera la visión tras una existosa operación de cataratas

José Antonio Núñez, que tiene Síndrome de Down, entre su madre Lucila y su hermana Mari Carmen.
Su hijo con síndrome de Down apenas había abierto los ojos en la Sala de Despertar del Hospital Bierzo, después de seis meses en un limbo para entrar en la lista de espera y de que su familia saliera en este periódico a denunciarlo, cuando Lucila supo que la intervención de cataratas que le habían practicado a José Antonio, un niño grande de 53 años que se hace querer, había salido bien. Y el resultado era inmediato. «Tienes una bata azul», le dijo José Antonio a su madre. «¡Tienes un gorro azul!», exclamó. « Y me dio esperanza —cuenta Lucila tres semanas después— porque acababa de salir del quirófano».
La de José Antonio Nuñez es una historia que ha terminado bien, después de meses de penumbra, y por eso hay que contarla. El pasado 16 de junio por fin le intervenían de cataratas en el Hospital El Bierzo y después de dos revisiones, a la espera de una tercera, ha recuperado buena parte de la visión. Y eso se traslada al ánimo. «Vuelve a ser él», cuenta su hermana Mari Carmen mientras pasea con Lucila y José Antonio por la plaza Rosalía de Castro de Ponferrada, muy cerca de su casa, en una sesión de fotos que tiene fascinado a José Antonio. «Me encanta», dice desde la infancia eterna del síndrome de Down, vestido con pantalones cortos rojos, una camiseta a rayas, una gorra amarilla, y deportivas con cierre de velcro. Todo bondad y todo inocencia. «Qué majo», dice del fotógrafo de forma espontánea porque le ha retratado. Y está claro que le gusta que le hagan fotos.
Hasta hace tres semanas, José Antonio solo veía luces y sombras. Ahora distingue al periodista — "¡Somos vecinos!», le dice al redactor mientras le choca la mano— y se sorprende como si fuera la primera vez que lo ve cuando ya en la avenida de América, camino de una terraza, circula con estruendo un autobús y levanta los ojos, protegidos por unas gafas de sol.
«Ahora lo conoce todo el mundo, la gente le para y le pregunta y él se para también a hablar con todos», dice de José Antonio y de su reciente popularidad en el Barrio de los Judíos, donde vive, su hermana Mari Carmen. Con la ceguera a la que le estaban condenando las cataratas y la demora en atenderle —el Hospital El Bierzo escribió a la familia para explicar que su salida de las listas de espera se debía a «un malentendido», cuenta Mari Carmen— José Antonio había perdido su alegría natural. «Pegó un bajón tremendo. Estaba decaído, ausente», cuenta su madre. «Ahora vuelve a ser como es él. A veces hay que mandarle callar», se ríe Lucila, de la mano de su hijo, «que es muy dulce». Todo bondad, sí, todo inocencia. Y todavía se asombra, como los niños, cuando un autobús pasa cerca.
Un vistazo a la catedral de León
Si le asombra un autobús, imagínense la impresión de José Antonio cuando en su primera excursión de Asprona tras la operación, vio la catedral de León. Aunque luego sea parco en palabras.
-¿Qué viste en la catedral de León? —le pregunta el periodista.
-Piedras —responde, ufano, José Antonio, que esta semana volvía a pisar los talleres de Asprona en Flores del Sil, donde le gusta pintar. Está por ver qué dibujo haría de la Pulchra Leonina.