Diario de León

DESDE MI RINCÓN Rita Prada

Cazando se entiende la gente

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León

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El gobierno de la Junta de Castilla y León no ha sabido aprovechar la ocasión que las denunciadas peligrosas y asilvestradas vacas sueltas, desparramadas por la comarca de La Cabrera, suponían para ganar méritos ante el Gobierno de la Nación y sobre todo ante determinados ministros cuya última y reconocida diversión, cada vez más mayoritaria, es echarse la escopeta al hombro y una vez cargada y preparada tirarse al monte, siempre acompañados, durante los fines de semana y entre tiro por acá, cartucho por allá, risitas por aquí y carcajadas por acullá, dejar pasar el tiempo aspirando el olor a pólvora mezclado con el oxígeno del aire, llenar el morral, con las piezas puestas a huevo, y emprender el camino de regreso a casa con el mayor número posible de trofeos que ayudarán a distender las sesudas conversaciones a lo largo de las siguientes semanas. Queda demostrado que nuestro autonómico presidente es lento en el pensar, parco en el hablar y, lo que es más grave, no se encuentra al loro de lo que es la situación nacional. Es decir los reflejos los tiene un poco atrofiados, el muelle saltarín oxidado y unos consejeros y delegados territoriales que, por no saber donde tienen la mano derecha, acabarán con su buena estrella política, producto quizá de rencillas pasadas que terminan siempre en venganzas. Si estuviese por la labor de la responsabilidad no hubiese hecho falta dar el espectáculo del pasado fin de semana. Tendría que haber cursado una respetuosa misiva al Presidente del Gobierno proponiéndole cambiar el rancho tejano por el rancho cabreirense con el previo consentimiento del amigo americano, ofreciéndoles terrenos y pastos, para descansar, llenos de vacas que pastan libremente, toros y ternerillos prestos a ser volteados por la firme mano del tirador de lazo y hasta se lograría un firme acento cazurro en el lenguaje del Sr. Bush. Una vez cumplido el protocolo diplomático y dejada constancia de nuestra tradicional hospitalidad tendría que haber cursado una invitación al Consejo de Ministros requiriendo las primeras escopetas nacionales para dar cumplimiento a una necesaria matanza de vacas disfrazada de cacería y bendecida por la institución pertinente. En esa invitación se apelaría a la buena disposición y mejor puntería de algunos ministros. Se garantizaría, a priori, el total anonimato. De esta forma hubiésemos acabado con el problema y los vocablos «crueldad» y «escándalo» no hubiesen aparecido reflejados y repetidos hasta la saciedad en los medios nacionales.

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