Diario de León

El novelista dio comienzo a seis días de festejos patronales con un discurso que rememoró la historia de la ciudad

César Gavela abre las fiestas de la Encina evocando la memoria de Ponferrada

El pregón del escritor desde el balcón del Ayuntamiento fue seguido por más de dos mil personas

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Carlos Fidalgo - ponferrada
Ponferrada

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Todas las Ponferradas que la memoria y la imaginación de César Gavela recuerda y reinventa en su escritura se dieron cita anoche en el pregón que abrió las fiestas de la Encina. El novelista nacido hace 50 años en la que entonces se conocía popularmente como «la ciudad del dólar», ofreció un discurso evocador y convirtió su pregón en un viaje en el tiempo, un recorrido que trató de bucear en la identidad de una ciudad que al día de hoy es «hija de muchas sangres», «mestiza» y «libre», «impura y democrática». «Nunca dejé de ser un niño de Ponferrada, y sospecho que por ello, esta noche estoy aquí», comenzó a decir Gavela al anochecer de un día de nubes y claros, desde el balcón del Ayuntamiento, y después de que el alcalde, Carlos López Riesco, lo presentara como «un ponferradino que ha convertido nuestra ciudad y nuestra comarca en referente literario de calidad y en motivo de reflexión permanente a través de sus siempre imaginativas columnas periodísticas», dijo en alusión a su labor en Diario de León. Riesco insistió en que Ponferrada tiene en Gavela a «un embajador que rememora su pasado más reciente filtrándola por el tamiz de los sueños, dibujándola con la verdad de lo imaginado y perfilándola sobre el contraluz de la memoria». Y el viaje por la memoria de la ciudad que ofreció Gavela comenzó indagando en la primera de todas las Ponferradas, un castro celta, quizá, «o el poblado jacobeo que fundó el obispo Osmundo cuando mando construir el puente de hierro». O quizá fuera la primera Ponferrada, se preguntaba el escritor que hoy reside en Valencia, «la de los templarios, aquellos hombres enigmáticos que incorporaron a nuestra ciudad a la literatura fantástica». Arropado por la presencia de la reina y las damas de honor, Gavela no se saltó ningún capítulo importante de la historia de la ciudad donde nació y tuvo sus primeras novias. Delante de más de dos mil personas congregadas en la plaza del Ayuntamiento para escucharle, y asistir a la verbena posterior, habló Gavela de la Ponferrada renacentista del descubridor Álvaro de Mendaña y de la romántica de Enrique Gil y Carrasco. Y en este punto no pudo dejar de señalar la vieja casona donde vivió el autor de El señor de Bembibre , en la misma plaza del Ayuntamiento. «Detrás de esas ventanas soñó y escribió Enrique Gil y Carrasco», dijo, antes de marcharse a Madrid, y luego a Berlín, donde «murió sólo y pálido, llena su memoria del Bierzo y de Ponferrada». «La ciudad del dólar» Habló el pregonero de «la Ponferrada de los alcaldes ilustrados», como Isidro Rueda, «que también se asomaba a este balcón», y de la «Vizcaya en las orillas del río Sil» que quiso inventar el ingeniero Lazúrtegui a comienzos del siglo XX. Habló de la ciudad de la República «con sus esperanzas rotas», del alzamiento y de «la ciudad oscura de la posguerra, avasallada por los vencedores». Y aquí Gavela regresó al argumento de su novela más ponferradina, El puente de hierro , y evocó la «Ponferrada triste de la victoria, la ciudad donde los guerrilleros del maquis tenían amigos y aliados que se jugaban por ellos heróicamente la vida». Y fue entonces cuando el escritor entró en terreno conocido, en la ciudad de su infancia, «la que más perdura», la ciudad del dólar, «que tenía un encanto áspero y de frontera», de fondas y prostíbulos, y mujeres humildes «que forraban botones» o «vendían arena del río». Recordó Gavela, en tono cómplice, los paseos con su abuelo, los «infinitos senderos» de las Huertas del Sacramento, «las niñas que nos enseñaban las bragas bajo las mimosas del poblado de la Minero». Y no dejó de rememorar la época, aún fresca, en la que Ponferrada era una ciudad «de empresarios vertiginosos y sindicalistas perseguidos», de «ingenieros de postín que tomaban gambas a la gabardina en los bares de la avenida de España». Y lo mejor lo dejó para el final. El recuerdo de los días del circo, cuando el real de la feria estaba en el Campo de la Cruz y las fiestas traían a la ciudad a payasos y trapecistas, magos, equilibristas, tragasables y domadores de tigres y leones, y «los fabulosos elefantes». Así terminó César Gavela su pregón, elogiando la ciudad mestiza y libre, «hija de muchas sangres», también de los inmigrantes extranjeros. Apelando a los ponferradinos a «cultivar la memoria, que es donde la imaginación mejor florece» para «no olvidar de donde venimos». Y pidiendo que empiecen las fiestas. «Que nazca esa vida que dentro de muchos años se convertirá en memoria de cada uno de nosotros». «Ponferrada no pierde su identidad del siglo XX; ser una ciudad hija de muchas sangres» «Nunca he dejado de ser un niño de Ponferrada y sospecho que por ello, esta noche estoy aquí»

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