Diario de León
Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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FOLGOSO de la Ribera es un pueblo hermoso, al que uno siempre le ha tenido gran cariño. Hay pueblos por los que uno siente un afecto inexplicable a priori, aunque si indagamos en el subconsciente acabamos encontrando el sentido. Uno tiende a identificarse con su paisaje, y este paisaje es como nuestra memoria. Folgoso es uno de esos lugares evocadores que invitan a soñar, incluso despierto. Es probable que el encanto de este pueblo resida no sólo en su entorno paisajístico, espléndido por lo demás, situado en la Ribera del Boeza, sino en su Nacimiento artesanal, Bien de Interés cultural, conocido dentro y fuera del Bierzo. Aunque no visito este Belén desde hace años, quizá dos, conservo un buen recuerdo en mi memoria afectiva. Cuando era un chavalín gustaba de armar un Belén en toda regla en época navideña. Entonces disfrutaba mucho montando nacimientos con el musgo y la tierra que iba a buscar al campo. En el fondo, me entusiasmaba hacer algo artesano. Laborar con las manos resulta más gratificante que intentar trabajar con el intelecto. Confieso que sentía devoción por la Navidad y los Reyes Magos. Con el paso de los años uno se convierte en un ser descreído, a resultas del mundo pervertido y materialista en que vivimos, y deja de lado todo aquello que le apasionaba. No obstante, las creencias o no creencias no tienen por qué estar reñidas con el arte y la artesanía. Y el Nacimiento de Folgoso es un arte maravilloso, que en un momento dado le puede ayudar a uno a viajar a otros mundos, esos mundos de infancia en los que tenían cabida los Reyes Magos, ese Oriente una y mil vez imaginado como un cuento de Sherezade, bajo un firmamento estrellado, colorido y arrullador, teñido con los sones arábigos. «Desde luego que sí que te has ido a buscar a los Reyes Magos», me escribe mi estimado Juan Manuel Gabarrón, luego de contarle que esta Navidad la pasé en Marruecos, ese país seductor cuyas miradas, hechas de tacto, te taladran las entrañas. Cuando era un rapacín soñaba con algo parecido al valle del Ourika. Es como el Belén real que uno siempre imaginó. A veces los sueños se vuelven realidad. El Atlas nevado, los camellos reposando a orillas del Ourika, y las ovejitas cruzando el camino retorcido que conduce hasta el último pueblo, Setti Fatma, entorno encantador, donde hay unos nogales centenarios y unas cascadas que me hacen recordar el paisaje que se encuentra en la ruta de las fuentes de Noceda del Bierzo.

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