Diario de León
Publicado por
ALEJANDRO J. GARCÍA NISTAL
León

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LO PROMETIDO es deuda, que dice el refrán popular. Y hoy quiero saldar una vieja deuda con un grupo de amigos que trabajan en la sucursal principal de Ponferrada de un conocido banco nacional. A mis amigos, todos gentes de bien, de mediana edad, con estudios por encima de la media por estos lares, les comen los demonios con esto de las horas extraordinarias. Me explico. Antaño, trabajar en una caja de ahorros o en un banco era sinónimo de pseudofuncionarización. Ya se sabe, jornada laboral de 8 a 3, la mitad de los fines de semana a lo largo del año libres, sueldo relativamente normal y posibilidades de ascenso rápidas o de otros trabajillos durante las tardes, entiéndase: contabilidades, seguros, asesoría, etc. Pero todo esto cambió. Ya lo creo que cambió. A los banqueros, que no a los bancarios, les dio por sumarse a la nueva economía y a la globalización por eso de la subsistencia y de la competitividad en un nuevo marco económico. Las grandes familias banqueras de este país, salvo media docena que encabeza el señor Botín (que vaya con el apellido) han cedido los trastos a los ejecutivos de alto copete, tiburones del beneficio rápido y continuado, inhumanos salvo cuando les toca a ellos pagar las reglas del cruel juego económico. Total, que trabajar en una caja de ahorros o en un banco se ha convertido casi en lo mismo, dígase esto con todos los respetos, que en un supermercado, pero financiero. Fusiones y absorciones bancarias, reestructuración de plantillas durísimas, prejubilaciones y adaptaciones a las nuevas normas bancarias. Esto es, trabajar de 8 a 15 horas, parar una o dos horas para comer, volver al banco dos o tres horas más como jornada no retribuída y no protestes por la cuenta que te trae, sueldos muy ajustados salvo a los grandes directivos, aplicación de objetivos contínua con seguimiento azuzador (que si tantas cartillas, préstamos concedidos, tantas tarjetas contratadas, tantos planes de pensiones, tanto de inversiones en tal o cual fondo, cuántas vajillas vendidas, relojes, tenedores o toallas...). De todas todas, ser un bancario, repito, que no banquero, se ha convertido en ser un currito más con una inseguridad laboral enorme, movilidad geográfica y un estado de superación constante de objetivos marcados por los tiburones desde un lujoso rascacielos de la Castellana o la city madrileña. Y todo ello evadiendo a Hacienda el pago de esas horas extras trabajadas y no reconocidas.

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