Diario de León

El lobo, la bruja, el príncipe y el pirata

Publicado por
RAQUEL PALACIO VILA
León

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«HABÍA una vez un lobito bueno, al que maltrataban todos los corderos. Había, también, un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado. Estas son las cosas que había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés». Esta pequeña canción, de tres estrofillas, doce breves hexasílabos, que se dice pronto, se canta pronto, tan llena de tanto, fue la primera canción que aprendí en mi vida. Imaginaba al lobito pequeño, con cara de pena y las orejas caídas, solito, guardando un resquicio de su pensamiento para discurrir cómo librarse de los corderos, que saltaban a su alrededor y le empujaban con los cuernos. Imaginaba a los corderos con dos cuernos pequeños en la frente. Tenían caras de malo, cejas fruncidas, y vivían y pastaban en un bosque los ratos que no estaban maltratando al lobito. Y era así, una escena congelada sin desenlace, porque la canción no continúa cantando cómo podría el feroz venido a menos haberse ido a entornos bientratadores. El príncipe malo tenía una espada y la misma expresión que los corderos, un ser enfadado en venganza contra el mundo. La bruja, además de hermosa, era feliz y presumida, alegre y resolvedora de toda negrura o dolor. Y el pirata era entrañable, tenía su pata de palo, su parche en el ojo, su cara de honrado. Daban ganas de irse con él en su barco a recorrer mundo y mares. Eran amigos él y la bruja. Lo cual se unía a los detalles que ponían al príncipe de mal humor. No sabía yo entonces nada de lo que en el mundo del derecho podían y hacían los lobitos que dominaban a los corderos. Y nada sabía, tampoco, sobre lo que era una canción protesta, ni de los motivos que las hacían florecer, reproducirse y propagarse como ensalmos luchantes que ponían palabras y camino a lo que de otra forma sería sólo un grito, una rabia, una violencia sobrealimentada a base de esperas y sinrespetos. Algunos encauzaron esa injusticia endógena en papel y notas. Paco Ibáñez fue uno de esos juglares agarrados a la guitarra y a la decisión de cantar lo que latía mal en el corazón de los justos. Es él quien dice aquello de «no, a la gente no gusta que uno tenga su propia fe», lo cual, parte de un pasado represivo, sigue siendo un fantasma habitante de muchos núcleos sociales. Pero, ya llevado a frase, la lucha empieza sabiendo por donde llevarla y hacia qué disparar. Yo me quedo con el lobo, la bruja y el pirata ideando maneras de tranquilizar a los corderos y al príncipe, a ver si un día se dan una vuelta hacia la vida buena.

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