Diario de León
Publicado por
RAQUEL PALACIO VILA
León

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VIVÍA en el foso de los castillos, y solo comía verduras y grillos». No recuerdo de quien se trata y vaya si me gustaría. Me atrevo a entresacar del fondo de una esquinilla de mi memoria que quien esto dijo, quien esto escribió, que no fue otra que la grande y solo un pedazo conocida, Gloria Fuertes, se refería, en su rima pa¿ los niños, a un fantasma. Lo cierto es que, venga o no al caso, se me dicen estas palabras dentro de las orejas, allá, calladas, al fondo de la garganta, cuando oigo o leo el vocablo «foso». Y más si le siguen «del» y «castillo». Hablo, pues, de la inminente (oh, sorpresa) recuperación-reconstrucción-recreación del foso que un día, allá lejos, tuvo el Castillo de los Templarios (poca templariedad le queda, pero estar y construir, los templarios estuvieron y construyeron), completando la acuática defensa brindada de natural por el río Boeza que se funde con el Sil poco más abajo. Imprescindible ha sido la demolición de la última casita. El último vestigio de una vida que fue. Ese trozo desafortunado de la Historia de los muros que regalaron piedras para levantar moradas de humildes moradores, ajenísimos a los conceptos de conservación y patrimonio histórico, cercanísimos a los mandatos de sobrevivir y hacer de la vida un lugar práctico donde resguardarse de intemperies y adversidades. Alegan la necesidad de hacer del entorno un lugar idóneo para el encuentro cultural que supone y conlleva el Camino de Santiago que nos cruza la ciudad... y para ello hay que tirar también las Cuadras. Como si las Cuadras y la última casa adosada al Castillo de los Templarios fueran unos pegotes de granito y uralita construidos antes de ayer... en fin. Y sin embargo, es cierto. Así tiene que ser. Me pregunto seriamente si lo rellenarán de agua. Entonces podré preguntarme seriamente también si el verano que viene, en cuanto el calorcillo pique y nos haga a todos sudar, podré poner un trampolín que salga de la ventana de mi casa. Aunque supongo yo que para poder hacer una cosa de semejante calibre debería informarme bien de la profundidad del citado foso, claro, porque no vaya a ser que se esmeren en el idóneo marco cultural y valga para el caso un pequeño fosillo de no más de un metro y un poco. Quizás el fantasma recupere su habitual cobijo y entonces, sólo entonces, habrá merecido la pena. A todo esto... habrá cocodrilos?

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