Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

Creado:

Actualizado:

HACE medio siglo que un grupo de monjas andariegas que venían desde la lejana Germania, se instalaron en Ponferrada. En aquel tiempo la ciudad era un burgo descoyuntado, pero amable. Caótico y cívico a un tiempo. Respetuoso y administrativo. Sin embargo, las dotaciones de la urbe eran muy malas. Calles de pavés bravo en el centro, y ya de lodo en los barrios periféricos, que empezaban a crecer entonces: Cuatro Vientos, Flores del Sil... Allí se instaló la voluntariosa inmigración andaluza, gallega y del resto de la comarca. Allí las casas de planta baja construidas entre parientes, lejos de cualquier ley. Cuando llegaron las católicas sajonas, la ciudad eran dos urbes pequeñas: la Puebla ruidosa y creciente, y la Ponferrada de Arriba, al otro lado del río y casi del tiempo. La monjas escogieron La Puebla, y se asentaron en un leve desmonte junto al Camino Negro, rodeadas de los árboles que continuaban la gran montaña de carbón. Y muy cerca de aquel infierno gracioso que era la central térmica de la MSP: casi un cuadro del Bosco, con sus fuegos vivos y sus ventanas negras, y con aquellos obreros tan cerca de las llamas, que veíamos alucinados desde la carretera de Compostilla. Allí, en aquel rincón raro, las religiosas alemanas desplegaron su rigor previsible, su fe profunda y su vocación por servir al prójimo como a ellas mismas. Y más. Allí las monjas centroeuropeas iniciaron el largo camino de pastorear a las niñas de la pequeña burguesía local. Niñas de uniformes azules, que tenían algo misterioso. Un misterio que, no sé por qué, no conferíamos a las niñas que iban a otros colegios, más céntricos y castizos. Las monjas del Espíritu Santo venían del centro de Europa, de otros modales y civismos. De una austeridad sabia. De una discreción exquisita. Y se notaba en todo. El propio colegio también era pacífico y lejano en aquellos tiempos iniciales, cuando la urbe soñaba con los Altos Hornos inminentes y con el ascenso a segunda división de la Deportiva, que tanto padeció entonces en sucesivas y malogradas liguillas promocionales. Luego fueron viniendo tiempos de demografía y democracia, y los blanquiazules lograron entrar en el paraíso. Los tiempos, sí, son otros y yo parezco un hombre antiguo. Pero siempre que paso junto a ese colegio de aromas bávaros, tan integrado en la ciudad confiada y feliz, no puedo olvidarme de cuando era un barco lleno de ventanas y libros, sobre la campa rasa, rodeado de fango negro y de huertas verdes con pimientos rojos. Y las niñas, siempre azules.

tracking