Los pliegos de la filantropía leonesa
Cuatrocientas cajas preservan las hazañas de la familia Sierra Pambley
Son decenas de miles de legajos, papeles y documentos cuyo recorrido lleva de la mano una parte fundamental de la vida de León. Y apenas acaba de iniciarse su camino hacia la historia... El archivo de la Fundación Sierra Pambley necesita no menos de quince años para finalizar el inventario y catalogación de sus fondos. Hace diez, Emilia Lareo inició el camino para abrir este archivo a la sociedad. Entonces, tuvo que abrir y desempolvar cientos de cajas y estudiar su contenido, analizar legajos -”en muchos casos casi perdidos por la acción displicente del tiempo-” para ir casando con minuciosidad los papeles de los filántropos leoneses por excelencia. No fue tarea fácil. El actual responsable, Javier González Cachafeiro, recuerda que Emilia solía decir que al llegar lo único que sí estaba inventariado eran dos cajas de tabaco. Y, una vez más, la guerra estuvo a punto de acabar con este legado. La entrada de las tropas nacionales en la Biblioteca Azcárate y en la Granja escuela no fue precisamente delicada. Sus responsables fueron fusilados y muchos de sus fondos quemados. María Azcárate tuvo la lucidez de llevarse la mayor parte de los documentos a Villimer, donde permanecieron hasta que en el año 1977 Justino Azcárate recuperó la fundación.
La sala donde se conservan todos estos papeles acoge 190 cajas del fondo fundacional y 170 del familiar, casi cuatrocientas, y la mayoría de ellas aún por catalogar.
La saga familiar. En la actualidad, el archivo se divide en fondo familiar y fondo fundacional. El primero de ellos, el más curioso y entrañable, permite al investigador aventurarse a través de las vidas de las personalidades de las dos ramas de la familia: los Fernández Blanco y los Sierra Pambley. Hay papeles que nos hablan de Felipe Sierra Pambley (ministro de Hacienda durante el trienio liberal), Marcos (el padre de don Paco), cuyo destino se orientó a través de la carrera castrense, el tío enamorado (Segundo), y los dos sobrinos (Francisco y Pedro). Entre todos ellos, cabe destacar a Segundo Sierra-Pambley, el artífice de todas las obras de arte y mobiliario que en la actualidad muestra el museo. Decepcionado tras ser rechazado como marido de su sobrina, se refugió en su actividad politica y publica. Fue diputado provincial por el partido judicial de Murias de Paredes, diputado a Cortes por León, senador por designación real y miembro de la Asociación de Amigos del País.
El sobrino y principal heredero, Francisco, también fue diputado por Murias de Paredes y estuvo estrechamente vinculado a los reformistas y liberales. Cabe destacar el hecho de que esa tendencia ideológica se acentuaba a medida que envejecía. No en vano, inició su vida política con los moderados y acabó en el Partido Republicano. También cabe destacar a su hermano, Pedro Sierra-Pambley, miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Pues bien, muchas de las andanzas vitales, de las actas que dan fe de sus trayectorias ya están digitalizadas. Algunas de ellas datan del siglo XIV, más concretamente del 22 de noviembre de 1325. Se trata del documento más antiguo de cuantos se conservan en el Archivo: una sentencia de compromiso firmada por el Abad de san Isidoro que hace referencia al uso de una propiedad en Pinos. Una curiosidad del legajo es que está escrito sobre vitela, un tipo de pergamino que se extraía de la piel del becerro no nacido.
También de la mano de los Sierra Pambley podemos acudir a las exposiciones universales. Y es que Segundo Sierra Pambley acudía a estas ferias buscando artículos e ideas con los que decorar la casa familiar que el desamor le hizo después abandonar. Catálogos, tarifas de precios, cuadernos de diseño... muestras del estilo modernista y de la arquitectura del hierro que más tarde la familia pondría en práctica en León están recogidos en estos muestrarios.
Otra de las cajas conserva el pasaporte de Francisco Fernández Blanco, con los «salvaconductos» firmados por los gobernadores civiles. En estos documentos se conservan incluso las facturas de los hoteles, restaurantes y cafeterías a los que acudía el benefactor durante sus viajes.
Resulta curioso comprobar cómo uno de los salvaconductos-”ante la inexistencia de fotos-” explica de manera pormenorizada los rasgos físicos de don Paco. Así, le describe como un hombre de 27 años de edad, de estatura regular, pelo castaño, ojos pardos, nariz recta, barba poblada y color bueno. Corría el año 1855 y el filántropo pagó cuarenta reales -”una fortuna por aquel entonces-” por este documento, cuya validez se agotaba a los seis meses.
Uno de los detalles más morbosos de la colección es una simple llave, una llave que se encontró entre los muebles de Francisco Fernández Blanco cuando algunas de sus pertenencias se trasladaron a León desde Hospital de Órbigo. En el interior de un escritorio estaba escondida una llave de plata. Junto a ella, y escrito de puño y letra del finado, había un papel en el que se recogía que ésta daba acceso a los restos de su hermano Pedro, muerto tras caer de un caballo...