Diario de León

Varlas Llosa arremete contra la mediocridad

El Nobel publica el ensayo ‘La civilización del espectáculo’, un alegato contra la banalización de la cultura, que crea sociedades aletargadas.

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antonio paniagua | madrid
León

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La entronización del entretenimiento crea «sociedades aletargadas, escasamente críticas y conformistas». Quien así habla es Mario Vargas Llosa, que acaba de publicar La civilización del espectáculo (Alfaguara), un alegato contra la banalización de la cultura. Cree el Premio Nobel de Literatura que el intelectual tiene buena parte de responsabilidad de esa frivolidad que todo lo impregna, del imperio lo light en la literatura, la política y las artes pláticas

No en vano, los escritores y artistas han sucumbido a los cantos de la sirena y en algunos casos se han prestado a ejercer el oficio de bufón y en otros se han recluido en el ensimismamiento y el hermetismo. «El intelectual del siglo XIX hizo un enorme esfuerzo por llegar al gran público. A Tolstoi, Victor Hugo, Dickens nadie le puede acusar de devaluar su oficio por su intento de llegar a un público amplio. Con el siglo XX el intelectual se especializa, se confina y eso desemboca en hombres como Derrida, quien no tiene ningún interés en que le entiendan», asevera Vargas Llosa

Esa parcelación de conocimiento es especialmente preocupante en el campo económico. «Los economistas no saben más que de lo suyo. Cuando salen de su campo se convierten en seres ignaros», asegura el autor de Conversación en la catedral. Vargas Llosa aduce que antes la función de la cultura establecía denominadores comunes, un acervo común que se conseguía leyendo determinados libros, visitando exposiciones o escuchando conferencias. Ahora todo se ha abaratado de tal manera que cualquier espectador o lector viven la ilusión de ser culto y estar a la vanguardia de todo con el mínimo esfuerzo intelectual. Desde que Duchamp persuadió a las élites culturales de que la taza de un váter podía ser una obra de arte, han proliferado como setas los embaucadores. La dictadura de lo banal canoniza a impostores como el artista Damien Hirst, capaz de engañar a un millonario ignorante para que desembolse doce millones y medio de euros por un tiburón conservado en formol y guardado en un recipiente de vidrio. Puede tener su público, pero no produce la conmoción que supone contemplar la Capilla Sixtina

El escritor no ve soluciones a corto plazo. El sistema educativo podía subordinarse a la tarea de formar a ciudadanos cultos, pero los mismos planes de estudio se han rendido a lo que se considera productivo

«Hay actividades y campos de conocimiento, como las humanidades, que están siendo relegados», denuncia.

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