Diario de León

toros. FERIA DE SAN ISIDRO

Susto para Castaño en una corrida ingrata y bronca

El leonés fue volteado por su primer toro y no volvió al ruedo.

El diestro Javier Castaño, poco antes de ser revolcado por uno de los astados de Cuadri.

El diestro Javier Castaño, poco antes de ser revolcado por uno de los astados de Cuadri.

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juan miguel núñez | madrid
León

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Un trago para los toreros, por los toros y por el público, muy exigentes unos y otros. Corrida con mucho aparato por fuera y con malas y a veces indescifrables ideas.

Desde el principio la gente tomó partido por los toros, sin entrar a valorar sus dificultades, sin tener en cuenta el esfuerzo de los toreros, así que anidó pronto el desánimo en el ruedo. La corrida se puso cuesta abajo para los toreros desde el momento en que se aplaudió el arrastre del ‘cuadri’ que abrió plaza. ¿Qué hacer? debieron preguntarse Rafaelillo, Castaño y Bolívar después del trago que le tocó pasar al primero.

Un toro que embistió al capote echando las manos por delante y con la cara arriba. En el caballo empujó con un sólo pitón y sin humillar. En la muleta se fue quedando cada vez más corto y reponiendo las embestidas. Y menos mal que al final apretó poco, pues tenía lo que en el jerga se llama «peligro sordo», que no transciende. Tampoco «Rafaelillo» estuvo por la labor, pero el toro no era para aplaudirle. A partir de ahí, el mismo decorado.

El leonés Javier Castaño saludó con el capote al segundo lidiándolo sobre las piernas, para sacarlo hacia fuera, ya que apretaba a tablas. El hombre quiso lucirlo en el caballo, poniéndolo de largo, y entró a la primera. Metió el toro los riñones, sin embargo, con la cara arriba.

Casta, que no bravura, y mal estilo en el último tercio pese a que de nuevo intentó exhibirlo el torero dándole distancia en los primeros cites a derechas. Enseguida tuvo que acortar distancias, pues se volvía y no era de fiar. Por la derecha iba con el freno de mano echado, y con la cara natural y sin obedecer por el otro pitón. El trasteo de Castaño tuvo mucha firmeza, naturalmente renunciando a la estética. Castaño había quedado grogui al perderle la cara al toro y resultar arrollado cuando se volvía para pedir el cambio de tercio tras el segundo puyazo. Después de estoquearlo entró en la enfermería y ya no volvió al ruedo. El primero de Bolívar fue el más franco del encierro, sin embargo, encastado y bruto al cincuenta por ciento, moviéndose «con motor» pero poca clase. Protestó mucho por el izquierdo, a pesar de todo hubo pasajes de toreo por la derecha de cierta enjundia. Pero la gente se había inclinado definitivamente por el toro, y no le echaron cuentas al torero. Rafaelillo vivió un calvario con el cuarto, el peor de todos, una alimaña que no pasaba. Breve e inteligente trasteo sobre las piernas antes de ser pitado sin la mínima consideración, en la línea del resto de la tarde.

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