Altura humana e intelectual sin parangón
Mi primera relación con Antonio Viñayo fue como alumno. Don Antonio fue mi profesor de Teología Moral en el Seminario mayor. Corría el año 1964. Posteriormente, siempre tuve una relación cercana y directa. Ahora recuerdo, por ejemplo, mi primer nombramiento diocesano. Fue como ecónomo de la colegiata de Nuestra Señora de Arbas, en Pajares, que estaba anexionada a San Isidoro. Siempre se preocupó por que nuestra relación fuera cercana. Este conocimiento se reforzó a partir de mi presencia en el Instituto Isidoriano, del que Don Antonio era responsable general. Fue allí donde nuestro conocimiento mutuo se afianzó y se hizo cercano. Don Antonio nunca dejó de ser mi profesor, ni yo su alumno y discípulo. Su categoría humana e intelectual no tenía parangón. Ha sido el estudioso más importante de la obra de Santo Martino. A él debemos la recuperación del culto al santo. Además, capital fue su papel en la promoción de la Colegiata. Dedicó su vida a ello a través de una actividad incansable en conferencias, exposiciones y congresos. Antonio Viñayo fue una persona apasionada por la cultura leonesa. Le ponía entusiasmo a todo lo que emprendía.
Ha sido una extraña coincidencia que su muerte coincida con la conmemoración de los 950 años del traslado de las reliquias de San Isidoro a León, pero los caminos de Dios son misteriosos e inexcrutables. Nadie programa su muerte.
Las últimas veces que acudí a visitarle, a la residencia Juan Pablo II, sus fuerzas físicas se habían agotado, pero conservaba intacta su lucidez intelectual. Hasta el final.