Los libros y la tele
Opinión | mikel labastida
Es previsible que la emisión a partir del próximo lunes de la serie El tiempo entre costuras en Antena 3 propicie que el libro en el que está basada regrese a las listas de los más vendidos. Aunque no lo necesite, ya que, desde que se publicó en 2009, ha superado los dos millones de lectores. Pero nunca viene mal atraer a nuevos consumidores al apasionante mundo de las letras. Y es que, por mucho que cuando éramos pequeños nuestros padres nos advirtiesen de que si veíamos demasiado tiempo la tele nos quedaríamos tontos, la pequeña pantalla puede ser un escaparate perfecto para acercarnos a otras disciplinas. Gracias a ella, por ejemplo, a Walt Whitman le han surgido nuevos adeptos. El autor neoyorquino ya logró un repunte en popularidad, entre los no iniciados en poesía, gracias al ‘Oh capitán, mi capitán’ que declamaba encima del pupitre Ethan Hawke en la película El club de los poetas muertos. En las últimas semanas su libro Hojas de hierba (ese que en su época fue tachado de obsceno) se ha colado entre los más demandados.
¿A qué viene este inusitado interés por el escritor? Mi librero de cabecera lo tiene claro. Desde que el poemario apareció en los episodios finales de Breaking Bad (donde juega un papel determinante) la demanda ha aumentado. Y no es algo aislado. Muchas personas descubrieron a Frank O’Hara cuando vieron a Don Draper leyendo Meditaciones en una emergencia en Mad Men . Y algo similar sucedió con el mismísimo Dante, que ha hecho acto de presencia en la ficción este año. Durante los dos días posteriores a que se emitiese el tercer capítulo de la segunda temporada de Perdidos en las librerías estadounidenses se despacharon diez mil ejemplares de El tercer policía de Flann O’Brien. ¿La razón? El personaje de Desmond lo estaba hojeando. Estoy convencido de que Dostoevsky le debe más a Lisa Simpson que a cualquier programa literario de La 2. El impacto de la televisión es brutal y bien usado puede servir para nobles causas. No olvidemos que era precisamente en la caja tonta donde, de críos, nos mostraban un rebaño de ovejas y nos recordaban que «si no quieres ser como ellos, lee».