Diario de León

Javier Reverte: «Con el periodismo y el viaje nos asomamos al balcón de la vida»

El escritor madrileño recorrió las motivaciones que lo impulsan a ver el mundo.

Javier Reverte (Madrid, 1944), durante su intervención en el Club de Prensa del Diario.

Javier Reverte (Madrid, 1944), durante su intervención en el Club de Prensa del Diario.

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e. gancedo | león
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Periodista antes que escritor y viajero, y antes de eso, niño asombrado por la súbita aparición de los músicos ambulantes («¿de dónde vendrán?», «¿adónde irán?», se preguntaba), hablar hoy de literatura de viajes en español es hablar, de forma casi sinónima, de Javier Reverte (Madrid, 1944), el escritor que ayer ofreció la primera de las ponencias del congreso, El viaje literario . Reverte no olvidó en ningún momento sus inicios como reportero y corresponsal —«los viajes y el periodismo nos permiten asomarnos a los balcones de la vida, a los balcones del alma», expuso—, y se preguntó: «¿Qué es la literatura, sino preguntarnos qué somos?», aunque también avisó que la cuestión suele deparar «pocas respuestas».

Porque el viaje es, para este veterano y prolífico autor, «todo lo contrario al desempeño de un oficio o de una profesión», y mencionó cómo el reportero Alfonso Rojo, incluso en medio de una guerra, se consolaba aseverando: «Es mucho peor trabajar...». De esta manera, el hotel del viajero puede convertirse a veces «en un refugio frente a la casa familiar». Sea como fuere, Reverte se declaró apasionado del viaje aunque no en todas las etapas de su vida pudo hacerlo con plena libertad, y rememoró cómo esa pasión surgió probablemente en su infancia, en aquel Madrid de posguerra «donde los adultos siempre estaban enfadados». Unas ansias de respirar aires diferentes y variados que le acabaron llevando de la ex Yugoslavia al Congo, del Amazonas a Tanzania, de las islas griegas a Centroamérica.

Reverte declaró que jamás viaja sin que haya «un libro detrás», y así, todos sus periplos comienzan en una librería. «Imposible recorrer la Mancha sin acordarse de Don Quijote, ni el río Congo sin pensar en Joseph Conrad y El corazón de las tinieblas , ni Cuernavaca sin Bajo el volcán , de Malcolm Lowry. Por eso, a Javier Reverte no le interesan «las piedras» («ni siquiera me he acercado a ver muchos monumentos famosos»), ni tampoco las compras, sino la gente, «yo más bien compro almas, les robo el alma a la gente», advirtió.

«La aventura es acercarte a lo que no conoces, aproximarte a lo imprevisto», definió, y razonó que la literatura de viajes da al autor la posibilidad «de crear un mundo compartido» en el que lector «imagina contigo».

Cuando insinúan al autor de El sueño de África o Corazón de Ulises que viaja para «huir», asiente sin problemas. «Claro que huyo, huyo de la monotonía, de los horarios... odio la posibilidad de que la vida se repita constantemente», y de hecho siente, como cualquier viajero o simple excursionista, que el tiempo se dilata cuando uno viaja mientras que vuela cuando se hace siempre lo mismo.

Escritor que anima a desviarse del camino para encontrar lo único, lo imprevisible y lo inolvidable, y que inicia conversaciones, sobre todo, «en las iglesias y los bares», Javier Reverte aseguró que nunca inventaría, con la imaginación, las frases que escuchó realmente en sus viajes; expresiones como la de un periodista guatemalteco, asesinado al poco tiempo —«mi país está cansado de morir»—, de una joven croata que en plena guerra le pidió que le llevase a su marido, a Sarajevo, 400 marcos —«en mi país, ahora, desconfiamos de los conocidos y confiamos en los desconocidos»—, o de un paupérrimo sudanés —«creo en Dios porque no tengo otra cosa en qué creer». Culminó Reverte su intervención con una divertida anécdota sobre un insospechado affaire entre su propio padre —un seductor periodista— y la mismísima Ava Gardner. «Mis amigos me llamaban... Javier Martínez Gardner».

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