Enmudece la guitarra de Paco de Lucía
El músico fallece a los 66 años en México tras sufrir un infarto. Su desaparición levanta una marea de condolencias. Lugar: rf hid fdsuhfsduhfuhsdf Lugar: fgjkfgjdfgdfijgisdfijosdf Entradas: g vdf gsdfsdfsdfsdfi8sd
Su genialidad era solo pareja a su humildad. La temprana y repentina muerte de Paco de Lucía sacudió como un doloroso latigazo el mundo de la música en general y del flamenco en particular. Su desaparición con solo 66 años y mucha vida por delante deja vacante el trono de la guitarra flamenca que engrandeció y paseó por el mundo. El infarto que truncó su vida llegó mientras jugaba al fútbol con sus hijos y nietos en una playa de Cancún, guarida caribeña del mago gaditano de las seis cuerdas. Llegó por su propio pie al hospital donde donde murió poco después.
Admirado de Japón a la Tierra del Fuego, de Ciudad del Cabo al golfo Pérsico, la popularidad del legendario e idolatrado guitarrista era equiparable a la de Picasso o Dalí. Universalizó el flamenco, que sacó de los tablaos para fundirlo con el jazz y otras músicas, de la clásica a las de raíz, pasando por la salsa o la bossa-nova o el pop, sin que nada chirriara. Lo hizo con una naturalidad que sorprendió a los más exigentes, acalló a los integristas de la pureza flamenca y deleitó a todos, incluso a los más ajenos a la hondura y el pellizco del duende. Desde el respeto a la tradición, renovó y engrandeció todos los géneros al lado de los más grandes del flamenco y del jazz, conformando inolvidables binomios con Camarón de la Isla, Chick Corea, Al Di Meola, John McLaughlin o Wynton Marsalis.
Humilde en su grandeza, cada vez que lograba un premio, y fueron cientos, sentía y decía que otro lo merecía más que él. Recibió el Príncipe de Asturias de las Artes en 2004 y era a su muerte el único flamenco en poder del preciado galardón. En Cancún, donde le sorprendió la parca, reposaba de sus agotadoras giras disfrutando de la familia, la clemencia del clima, la pesca y el submarinismo. Tuvo casa en Palma de Mallorca, en Toledo o en Cuba, lugares donde buscaba esa vida recogida y sencilla que le negaba su leyenda, acariciando sus guitarras y componiendo en soledad, antaño con un magnetofón, con el auxilio de un ordenador y el software musical ‘Protools’ en tiempos más recientes.
La fama atrapó de repente al gran tímido que era Paco de Lucía con la rumba Entre dos aguas, su composición más universal, incrustada desde 1973 en la memoria colectiva de varias generaciones y cuyas primeras notas pueden tararear hasta quienes nunca se acercaron al flamenco. Pocos años después llega al Teatro Real para homenajear a Falla y Albéniz -sin olvidar su Concierto de Aranjuez del maestro Rodrigo-, después de sumar a su vasto repertorio flamenco emblemas como las alegrías La Barrosa y Barrio la Viña, o la soleá Homenaje al Niño Ricardo y sus Tangos con cositas buenas.
La excelencia fue siempre el horizonte de un artista íntegro, cabal e infatigable, entregado a su oficio, ya fuera sobre las tablas o en la soledad del estudio. Sabía que cuanto más dominio técnico se tiene, «más fácil resulta expresarte», y que «si te falta técnica, pierdes libertad para crear». Ansiaba ese dominio «para poder olvidarte de él»,
Desde la cuna Francisco Sánchez Gómez, hijo de Lucía Gómez ‘La Portuguesa’ y Antonio Sánchez, nació en un barrio gitano de Algeciras (Cádiz) el 21 de diciembre de 1947. Hijo y hermano de músicos, mamó el flamenco desde la cuna. Eran guitarristas su padre y su hermano, Ramón de Algeciras, y de ambos recibió las primeras clases de guitarra. Con Ramón Montoya, Sabics y Nuño Ricardo como espejo, sin ser capaz de solfear ni leer una partitura, interiorizó todos los palos y pronto destacó.
«El flamenco es una música que nunca fue a la escuela, es un bien de la emoción», repetía el guitarrista, que, para distinguirse de las decenas de Pacos de su barrio, se convirtió en ‘Paco el de la Lucía’, su futuro nombre de guerra. Con apenas diez años dio muestras de un talento único e indómito que le abriría las puertas de todos los santuarios de flamenco, donde fascinó por la frescura de su toque y su pellizco. Revolucionó la manera de acompañar a los cantaores sin ensombrecerlos jamás y atrajo a nuevo público a los tablaos.