Diario de León

CULTURA ■ EXPOSICIÓN

«No, no son dos malditos lagos»

El Musac y la Fundación Cerezales derriban dos muros inmensos de hormigón para adentrarse en la dolorida memoria de Riaño y Vegamián, cabeceras montañesas desaparecidas hace 30 y 50 años, víctimas de sendos macropantanos. Rarezas y sorpresas abundan en esta doble muestra

El gran panel con imágenes de las casas del viejo Riaño es una de las piezas que más llaman la atención. MUSAC

El gran panel con imágenes de las casas del viejo Riaño es una de las piezas que más llaman la atención. MUSAC

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e. gancedo | león

«Esto deberían hacerlo más a menudo. Realmente no comprendo cómo una exposición como esta no se había montado antes». Lo susurraba una visitante de la ambiciosa muestra Región, que hasta el 27 de mayo puede contemplarse en su doble sede del Musac capitalino y de la Fundación Antonino y Cinia de Cerezales del Condado. Y la respuesta podría ser, a la luz de los sentimientos expresados por varios asistentes a la misma, descendientes de las villas y pueblos anegados por los pantanos del Porma y de Riaño y de otras personas con sensibilidad hacia el tema, que la herida era demasiado reciente. Y eso que de la creación del primero han pasado ya 50 años y del segundo, 30. Pero nunca antes se había convocado a tal cantidad de creadores, investigadores y ciudadanos anónimos para reflexionar juntos sobre el «cambio del paisaje y las políticas del agua», subtítulo de la exposición.

La iniciativa, que está registrando una importante afluencia, depara al visitante gran cantidad de información y de documentación sobre la historia, creación y repercusiones de ambos macropantanos, pero también la visión creativa de artistas que reflexionan sobre lo que unos entienden como obras necesarias dado el déficit de agua que este país sufre y sufrirá con mayor intensidad en el futuro, y otros, la monstruosidad de destruir por completo dos espacios muy poblados y en su momento no poco dinámicos —el del Porma acabó con ocho pueblos y el de Riaño con siete—, referentes sentimentales, turísticos e identitarios para buena parte de los leoneses e incluso también a nivel estatal (Riaño contó con parador nacional propio).

La importancia del nombre

«Yo lucho y sigo luchando para que no se pierdan mis raíces», dice Isidoro de la Fuente, verdadera enciclopedia de todo cuanto tenga que ver con la antigua jurisdicción de Peñamián, y quien se muestra «muy orgulloso» y «agradecido» por participar —con una mínima parte de su ingente archivo— en Región. Suyo es un DNI que se ha convertido casi en símbolo de la muestra, en el que consta en exclusiva, de modo casi triunfante, el topónimo Vegamián después de que su titular batallase ante la administración para eliminar el obligatorio dúo Vegamián-Boñar. «Estuve batallando hasta que me lo concedieron, haciéndoles ver que, aunque destruyeran mi pueblo, yo nací allí, y eso no me lo va a quitar nunca nadie», dice De la Fuente, cuyo ejemplo abrió brecha para que el resto de naturales de Vegamián y de otros pueblos del municipio hicieran lo propio.

Suyas son también las estremecedoras imágenes que datan de cuando se vació el embalse para acometer ciertos arreglos, en 1983, y de la descripción de las casas de la villa. «Si se piede nuestra identidad, ¿qué pintamos? ¿Qué hacemos?», clama.

Otros visitantes de la exposición se han fijado, por ejemplo, en la diferente actitud vecinal mostrada en Vegamián —pura resignación—, cuando el país seguía soportando la dictadura franquista, con respecto a Riaño, ese largo rosario de manifestaciones, discursos, debates y enfrentamientos con la Guardia Civil que desembocó en unas horripilantes, casi bélicas, imágenes de destrucción de uno de los valles con mayor riqueza etnográfica, histórica y medioambiental de España, hórreos, casonas de galería y antiquísimas casas de horcón, de un valor único, incluidas. José Benjamín González, ingeniero y vecino de Cerezales, habla de los «sentimientos encontrados» que le produjo el paseo por las muestras. «Por mi trabajo, soy muy consciente de la necesidad que tenemos de almacenar agua en este país, pero, ¿a qué precio lo hemos hecho?», se pregunta quien, si debe quedarse con una única pieza, elige unos documentos de indemnización de Benito Rojo, montañés de Vegamián que después residió en Cerezales. «Eran una especie de expatriados que nunca olvidaron sus raíces. Y yo miro esos pagos por vacas, prados, casas, incluso por dejar de percibir suertes de leña, y me digo: ‘Y el daño moral, afectivo, ¿no se les debería haber reconocido, de alguna manera, también?’», reflexiona, y se inclina por proyectos no tan colosales y lesivos.

A otros visitantes les sorprende la larga marcha del pantano de Riaño desde que lo incluyera en un famoso plan el primer ministro de Agricultura con que contó España, Rafael Gasset, hasta su culminación 85 años después. Y a otros, más vinculados a la zona aunque vivieran el cataclismo con muy corta edad, se les remueven muchas cosas por dentro. «Yo tenía 4 años cuando cerraron Riaño, así que lo viví de otra manera, canalizado por las vivencias y conversaciones de mi entorno», cuenta Marta. «Me acuerdo de ver siempre el muro con la palabra ‘demolición’, que no sabía ni lo que significaba, las manifestaciones y los cánticos (‘¡...., cabrón, el agua a tu salón!’, colóquese ahí el nombre del responsable). Luego pasaron los años y ya me empecé a dar cuenta de todo», dice quien ha contemplado con atención los mapas con proyectos similares pero que no llegaron a llevarse a cabo y quien no puede por menos que preguntarse: «¿Cómo sería haber vuelto a Riaño?».

Resulta difícil sintetizar todo lo que late en estas dos exposiciones hermanas, pero hay documentos que en su rareza y excepcionalidad merecen, por sí solos, la visita. Es excepcional que el Museo del Prado haya cedido a la Fundación Cerezales (por primera vez a un centro de este tipo) dos cuadros; y es sorprendente la ‘ofrenda’ escrita por el agustino Casiano García con motivo del cierre de la presa del Porma (elevada por el novelista e ingeniero Juan Benet, cuya obra Volverás a Región da título a la muestra). En ella, el sacerdote, natural de Vegamián, viaja a un ‘futuro’ 1971 para pintar de manera harto utópica una zona plagada de hoteles a orillas del embalse, de barcas surcando las aguas (dice que el pueblo de Camposolillo se ha convertido en «sitio de veraneo») y de «importantes minas de carbón».

«No, no son dos malditos lagos», dice otra visitante. «Yo, cuando voy a Riaño y veo a la gente haciéndose fotos y todo eso, les pido ante todo respeto; respeto por tanto sufrimiento como hay ahí debajo».

No es mala forma de concluir. Eso, y hacer constar aquí ciertos nombres como conjuro contra el olvido: Riaño, Anciles, Salio, Huelde, Éscaro, La Puerta, Pedrosa del Rey; Vegamián, Campillo, Ferreras, Quintanilla, Armada, Lodares, Utrero y Camposolillo.

Llaves de casas riañesas sumergidas . CONFEDERACIÓN H. DEL DUERO

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