Diario de León

LAS CRÍTICAS DE LOS ARQUITECTOS LEONESES EN 1952

Cuando León odiaba a Gaudí

No siempre fue considerado un genio. En 1952, coincidiendo con el centenario del artista catalán, los principales arquitectos leoneses enjuiciaron con dureza tanto la Casa Botines como el Palacio Episcopal de Astorga. Pensaban que ambos edificios «desentonaban» con el entorno, eran «inadecuados para los fines para los que fueron construidos» o «no habían creado escuela». También hubo quien defendió a Gaudí y se atrevió a calificarlo de original y visionario.

Antoni Gaudí. ARCHIVO

Antoni Gaudí. ARCHIVO

León

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Gaudí no tuvo suerte en León. No fue valorado ni por la ciudadanía ni por su propio gremio. En 1952, coincidiendo con su centenario, se llevó a cabo una consulta entre los principales arquitectos de la época sobre la Casa Botines y el Palacio Episcopal, dos de las tres obras que Gaudí realizó fuera de Cataluña. La opinión mayoritaria fue demoledora.

Juan Antonio Miralles, autor de la iglesia de Quintana de Rueda o de la cafetería Oasis en el paseo de Papalaguinda y presidente del Colegio de Arquitectos de León, afirmó: «No soy partidario ni gusto de la arquitectura de Gaudí, inadaptable e inacoplabe a la arquitectura de hoy en día. No por ello dejo de reconocer el enorme mérito y valentía que supuso introducir un estilo tan peculiar y destacar entre toda la hojarasca de su época. Las dos obras de León me parecen inadecuadas para los fines para los que fueron construidas, sobre todo en lo que a plantas se refiere. No dejan de ser por ello magníficos ejemplos del estilo de Gaudí, hoy piezas de museo».

Juan Torbado Franco, autor de incontables edificios en el ensanche de la capital leonesa y autor de las iglesias de Renueva y Vegaquemada, consideraba que «la Casa Botines desentona con el Palacio de la Diputación; y el Palacio del Obispo de Astorga, con la Catedral». Sobre Gaudí asegura: «Artista que, como tal, ilusionado con su obra, se olvidaba de detalles fundamentales».

Ramón Cañas, que fue presidente de la Diputación y autor del planeamiento del barrio del Ejido y de singulares edificios como la casa Arriola en la plaza de Guzmán, destaca que «Gaudí no siempre logra la debida conjugación entre lo que las fachadas representan y lo que la distribución interior debe ser en relación con su destino. Reconociendo que en su obra existe armonía de composición y originalidad creadora, la encontramos falta de unidad y ordenación, razón por la que estimamos que, a pesar del mérito indiscutible de la misma, con ella no se ha creado una nueva escuela de este bello arte».

Antonio Gaudí. ARCHIVO.

Prudencio Barrenechea, arquitecto municipal en los años cincuenta, tiene una opinión muy diferente. Sostiene que Gaudí «está dotado de un genio firme y acusada sensibilidad, recoge las tendencias imperantes en Europa, pero no se limita a actuar dentro de ellas, sino que las da valor y contenido real, elevándolas y depurándolas a través de su personalidad. Cuando su fantasía mística puede tener una expresión, se desborda en la construcción de la Sagrada Familia; y cuando ha de reflejar su sentido jerárquico y representativo, crea el Palacio Episcopal de Astorga; y cuando tiene libertad para dejar volar su imaginación, crea el Parque Güell. La Casa Botines ahí está, con sus discutidos aciertos y defectos. Pero, sobre ellos, no hay que olvidar ese toque impreciso de la mano del genio, que en una época de tendencias artísticas que bien pueden calificarse de falsas, supo marcar la ruta difícil de la sinceridad».

El arquitecto Felipe Moreno, autor del hotel Conde Luna y de la ampliación del Palacio de los Guzmanes, pensaba que Botines y el Palacio Episcopal carecen de «la originalidad de otros edificios de Gaudí».

El arquitecto Luis Aparicio Guisasola, por el contrario, piensa que cualquiera de ellos puede calificarse de «obra maestra» por su «acertadísima composición arquitectónica». Sin embargo, «no puede decirse lo mismo en lo que respecta a su distribución interior, que, a mi juicio, no es muy acertada, por haber sido sacrificada a sus alardes estereotómicos». En 1953, un año después de estas declaraciones, la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de León encargaba a Guisasola la modernización y consolidación de varias de las plantas de Botines.

Isidoro Sáinz Ezquerra, durante cuatro décadas arquitecto municipal, autor del actual cementerio de Puentecastro y del chalé Ceremonias de Padre Isla —hoy Biblioteca Municipal—, califica a Gaudí de «genio creador, original y de una personalidad inconfundible».

Ni en globo volvería a Astorga

Si buena parte de los arquitectos leoneses del siglo pasado no conectaron con Gaudí, él se juró a sí mismo no volver a poner los pies en la capital maragata. «Ni subido en globo volvería a cruzar esa ciudad», llegó a decir. Su proyecto para el Palacio Episcopal fue rechazado dos veces y después tuvo que sortear incontables trabas administrativas que fueron retrasando y reformando su obra para desesperación del arquitecto.

La obra parece gafada desde un principio. Incluso, muere el contratista, un importante colaborador de Gaudí. A estos sucesos hay que añadir el fallecimiento en un accidente del obispo Joan Grau, el único eslabón que había sujetado a Gaudí a una obra en medio de tantas decepciones. El arquitecto viajó como mínimo nueve veces a Astorga en los cuatro años que estuvo al cargo de las obras.

Semanalmente, el fotógrafo Cordeiro le enviaba una foto, para que Gaudí pudiera seguir desde Barcelona la marcha de los trabajos. También Gaudí tuvo problemas a la hora de cobrar. En una carta en la que reclama sus honorarios al ministerio dice textualmente: «Contrasta penosamente ver la gran diferencia que media entre el Estado y los clientes particulares, que saben satisfacer sus honorarios a los profesionales dignos, sin hacerles mendigar lo que en justicia les corresponde... ».

La muerte del obispo Grau abriría una brecha definitiva entre los canónigos de la Catedral de Astorga y Gaudí, quien dimitiría el 8 de enero de 1894. Once años después, el obispo Julián de Diego se propuso acabar el palacio y conseguir la vuelta de Gaudí. Por entonces, el arquitecto, que contaba 53 años, vivía los momentos más dulces de su carrera. Inmerso en el proyecto del parque Güell y la reforma de la Casa Batlló, sin olvidar su dedicación plena a la Sagrada Familia, Gaudí rechazó el ofrecimiento. Pero habrían de pasar aún muchos años y una guerra civil —con su secuela de destrozos y su utilización como cuartel de la Falange—, para que la obra de Gaudí quedara concluida, a pesar de que el arquitecto había lanzado su propia maldición: «No serán capaces de terminar el palacio. Lo dejarán inacabado».

Botines, se cae

Si múltiples obstáculos impidieron a Gaudí concluir el Palacio Episcopal de Astorga, la construcción de la Casa Botines fue todo lo contrario. No hubo problemas de presupuesto, entregas ni cobro. Igual que en Astorga, Gaudí visitaría la obra en muy contadas ocasiones. La lejanía del arquitecto y la modernidad de la obra provocaron una fría acogida entre la población. Sin embargo, a la indiferencia del principio seguiría la desconfianza. Al elevarse de las esquinas una torres colgantes, que le confieren un aspecto de castillo de cuento, los niños cantaban: «¡La casa de los Botines se cae, se cae...!». Esta misma impresión era compartida por los profesionales locales, que estaban convencidos de que aquello no podía sostenerse. Cuando Gaudí se enteró, llegó a anunciar: «Quiero que me envían esas críticas por escrito, para enmarcarlas y colocarlas en el vestíbulo de la casa cuando esté acabada».

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