Diario de León

Canales fascinó al público leonés tras actuar con hora y media de retraso

Donde habita la bulería

Canales hizo esperar y desesperar durante hora y media al público

Canales hizo esperar y desesperar durante hora y media al público

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno - LEÓN.
León

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Después de una pitada clamorosa, por hora y media de retraso, comenzó el espectáculo. Algunos espectadores abandonaron la sala y anunciaron su intención de presentar una reclamación. Sin embargo, el resto perdonó al divo e, instantes después de iniciarse la actuación, regalaron al bailaor los primeros aplausos. Cuando hoy se habla de flamenco se habla de Antonio Canales. Lo que este trianero sembró ayer en León, fue flamenco del que ya no queda. Dejó ahíto al personal para los restos con su taconeo volador y su baile, que es como una cascada de agua tibia y transparente sobre un escenario carente de escenografía. A la luz de la luna Canales y su excelente compañía tejen y destejen, yuxtaponen y flirtean por todos los palos del flamenco hasta llevar al espectador hacia una suerte de fiesta donde los hombres en corro, impecables, desafiantes, con las palmas adelante y a golpe de bulería derraman el terremoto de unos crescendos maravillosos que se marcan Juan de Juan y Canales. Silencio que rompe el rasgueo de una guitarra solitaria, mientras el aire recobra el pulso con una leve rondeña. El azul nocturno tiñe la tabla. Guitarra, percusión y cante rezumando fragancia de seguiriya. Pies, brazos pendulares, redondeo y pies y más pies. El grupo se recoge en una esquina para, poco a poco, meterse por bulerías. La luna ha hecho lo propio. Tangos. Guitarra sorda. Ecos de Tarara llenan el día. Baile sobre el primer rayo de luz. El cante trae aires de Camarón y de Lorca. Juan de Juan, puro bailaor las clava, con un compás tremendo, que arrebata. Las guitarras vuelven a señorear la noche. Voces de hombres y Mirabrás, una suerte de baile a dos por alegrías. Maravillosa coreografía a tres. Baile de mujer, curvilíneo, sensual, ritmo de caderas y braceo sobre un taconeo despiadado. Brazos adelante y compás. Otra vez bulerías y el resto... Arte con mayúsculas, hasta que el cielo se tiñe de rojo fuego. La noche cae y la Soleá desnuda a Canales. Pies alados sobre un cuerpo frágil, musculado, perfectamente armónico. La música se ahoga a un gesto de su brazo mientras el tacón se clava buscando los centros. Estilismo puro que deja el compás suspendido en la infinitud. Voces que se apagan, murmullos del Guadalquivir prendidos entre los mantos de las bailaoras. Sobre el escenario, ocupando el mismo centro, la sombra de un hombre sólo. De pronto el rasgueo de la guitarra los gritos de la comadres y el ritmo frenético de los bailaores, palmas, cantos, jaleo, señalan el ocaso porque el zenit ya lo alcanzó el de Triana con su tacoeno inhumano, con sus arabescos huidizos que se le van por entre los dedos como el agua en cestos de mimbre. El flamenco lo señorea todo con un aire de bulería monótono y pegadizo. La fiesta ha terminado. El público berrea y grita a un Canales todo arte , sudor y fuego. Desfile de bailaores y bailaoras, cabriolas de mantos y filigrana de brazos en alto. Saludos, brindis y vocerío, premian la actuación de este genial bailarín que crea arte donde otros lo han acabado. Noche de puro flamenco en el Auditorio mientras fuera León arde en fiestas. Triunfo de Canales y su compañía que sabe llegar directo al corazón de los espectadores sólo con la limpieza y la sinceridad de un par de tacones que cortan el aire y la respiración de quien los pueda seguir. Flamenco del mejor para los restos.

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