Diario de León

Casimiro Alonso Ibáñez

El gran expoliador leonés y el más desconocido

Conocido por ser uno de los pioneros de la fotografía en León, como miembro de la Comisión Provincial de Monumentos pudo comprar tesoros de San Isidoro y otras iglesias, hoy en museos o en paradero desconocido. Acumuló 372 obras de arte excepcionales. Exportó joyas leonesas a Inglaterra y América. Fue el ‘Randolph Hearst’ leonés del siglo XIX.

Dibujo de San Isidoro de 1845 de José María Avrial y Flores; y el obispo Saturnino Fernández de Castro. DL / DEL LIBRO ‘EL VIAJE QUE CAMBIÓ LEÓN’

Dibujo de San Isidoro de 1845 de José María Avrial y Flores; y el obispo Saturnino Fernández de Castro. DL / DEL LIBRO ‘EL VIAJE QUE CAMBIÓ LEÓN’

León

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Párrocos, anticuarios, coleccionistas y ladrones han esquilmado el patrimonio de León durante décadas. Magnates estadounidenses como William Randolph Hearst y Archer Huntington, anticuarios como Ignacio Martínez y Raimundo Ruiz, coleccionistas como el canónigo Manuel López Cepero, ‘marchantes’ como Arthur Byne y el gran ladrón Erik el Belga figuran entre los principales saqueadores del patrimonio leonés durante el siglo XX, aunque la ‘rapiña’ comenzó antes.

Uno de los pioneros fue Casimiro Alonso Ibáñez (León, 1833-1892), fotógrafo, coleccionista, miembro de la de la Real Academia de San Fernando y de la Comisión Provincial de Monumentos. Desde este respetable cargo, y con el beneplácito del obispo Saturnino Fernández de Castro, tuvo acceso a auténticas joyas del patrimonio leonés.

El profesor de Historia del Arte de la Universidad de León y en la Escuela de Arte Jorge Martínez Montero, que dedica varias páginas a este ‘saqueador’ en su libro El viaje que cambió León, afirma que Alonso Ibáñez llegó a acumular 372 objetos de arte «de primer nivel».

El heredero

Soltero y sin descendencia, su colección la heredó su sobrino Faustino Alonso Tudela, quien la pone en venta en 1898. La Diputación Provincial, carente de fondos, no puede adquirirla, como aconsejaba el coleccionista y arqueólogo Ramón Álvarez de la Braña. El heredero empieza a ‘desmontar’ la colección a partir de 1906.

Casimiro Alonso tuvo una de las primeras galerías fotográficas de la ciudad, ubicada en los números 3 y 4 de la Calle Nueva —hoy Mariano Domínguez Berrueta—, estudiada en sus trabajos por Isabel Barrionuevo. Procedía de una familia acaudalada, lo que explica que pudiera pagar auténticas fortunas por obras de arte. Su hermano Arsenio era arquitecto, era hijo de Blas Alonso, propietario de unos almacenes de hierros, y su madre tenía una fábrica de chocolates. Como curiosidad, Alonso Ibáñez tomó las primeras imágenes de la Catedral de León. En una de ellas, de 1862, se puede apreciar el templo leonés aún con el hastial renacentista. El profesor Martínez Montero explica que el fotógrafo, como miembro de la Comisión de Monumentos, fue atesorando una notable colección. Si bien no fue un ‘expoliador’, sus métodos rozaban la mala praxis.

La situación de ruina en la que se encontraba la colegiata de San Isidoro a mediados del siglo XIX obligó a los canónigos a vender obras de arte para sufragar restauraciones urgentes. La mediación del obispo Saturnino Fernández de Castro, que autoriza la venta de piezas de San Isidoro a su amigo Alonso Ibáñez, propicia la adquisición en 1876 de dos cuadros de esmaltes de Limoges, por los que el coleccionista paga la friolera de 44.000 reales. En la colegiata también adquiere tapices y alfombras.

En 1881 compra por 4.000 reales cuatro doseles. Alonso Ibáñez no solo no esconde sus tesoros, sino que los exhibe en las exposiciones universales de París de 1867 y 1878. Además en procesiones como el Corpus de 1883 engalana sus balcones con tapices de San Isidoro de los siglos XVI y XVII. Acumuló relieves, tablas góticas y flamencas, pinturas, tapices, monedas, orfebrería, marfiles y hasta minerales.

Fue un precursor en la exportación de tesoros. Gracias al cargo que ostentaba en una compañía naviera del Pacífico —que contectaba España, Inglaterra y América—, el fotógrafo dio salida a joyas artísticas leonesas. Martínez Montero no descarta, incluso, que vendiera algunas al magnate Randolph Hearst.

Alonso Ibáñez asesoró a la comisión de incautación que se llevó importantes tesoros leoneses al Museo Arqueológico Nacional, como el crucifijo de Fernando I y Sancha, aunque no todos llegaron a su destino.

El inventario de bienes que hace San Isidoro en 1888 revela, con respecto a un listado anterior, la ausencia de numerosas piezas, justo en la época de mayor actividad compradora de Alonso Ibáñez. Martínez Montero tiene la sospecha de que una tabla de Nicolás Francés de la Catedral que se halla en el Museo de Dublín o un relieve del XVI que fue a parar al museo Albert&Victoria de Londres, fueron vendidos por el coleccionista leonés.

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