Gente que vino al Benito: último reducto popular
Jesús Méndez, héroe resistente del genial bar de la Plaza Mayor, mantiene encendida la llama del local día y medio a la semana
El tiempo se ha parado en Casa Benito varias veces. Esa foto del 36... Y como si de un milagro se tratara siempre ha resucitado. Ahí, en esa esquina de la Plaza Mayor más lejana de la Catedral, hay toda una historia de León y con el tiempo un reducto de cultura popular que Jesús Méndez mantiene al fuego lento de la convivencia. Un tesoro que cuida con cariño y afán por conservar un legado particular que sirve para explicar la idiosincrasia general leonesa de más de un siglo. «Es nuestro granito de arena de la historia de León», dice Méndez mientras saca de no se sabe dónde material gráfico que serviría casi de manera cronológica para relatar el tiempo que ha pasado.
Los parroquianos van llegando. Ahora, en un curioso mantenimiento de esa llama, abre solamente de 20.00 horas a 1 de la mañana del viernes, y de 12.00 a 15.00 horas y de 20.00 a 1 de la mañana, los sábados. «Intento conservar todo lo que ha sido la vida del bar, objetos, revistas, periódicos, muebles… Es un museo de la vida de León», explica Jesús Méndez, el último de la saga de hosteleros, tan mítico ya como los Benito, Chus o Alfredo, auténticas autoridades sin necesidad de apellido en ese Barrio Húmedo que hasta en su denominación popular es anterior, porque, como algo Monterrosiano, cuando el Barrio despertó y fue llamado Húmedo, allá por los 50 se dice, el Benito ya estaba allí. Esa foto principal del bar es un escalofrío.
Posan y de fondo se cuela en la vista un calendario del 36. Ahí están su padre, su tío, su abuelo… Y en un pequeño salto de siglo, cuenta Méndez, fue el confinamiento de 2020 el que remata más de un siglo porque supone el cierre que acaba con los sábados de Quiniela, plaza y vermú, identidad de las últimas décadas del bar.
«El confinamiento nos quitó mucha vida. Dejamos de ser despacho de lotería. Los tiempos ya estaban siendo muy diferentes. Y la vida pasa», confiesa Jesús Méndez, que comparte esta pasión por la memoria del Benito con la suya propia, ya jubilado, de ferroviario. «También te quiero enseñar libros sobre la historia del ferrocarril y hazme una foto con la gorra», propone, ya sin freno, porque llega además con un ejemplar del PROA, histórico periódico leonés. No será un museo, pero qué bien se conserva ese ejemplar al que echa un vistazo como si trajera las noticias de hoy.
Es sábado por la mañana en el Benito y las obras en la Plaza Mayor hacen de frontera física para que llegando desde la plaza de San Martín la sensación sea de cierre. Pero va abriendo el restaurante de al lado y el Benito ya lo está. Un parroquiano lee el Diario de León del día y a casi todo el que entra se le saluda por su nombre. Pero si no es el caso no se siente intruso.
Como hace una soleada mañana de otoño, alguno sale a echar un pitillo a la terraza, otro de los enclaves espectaculares del Benito que fue un sitio de encuentro para pasar tiempos memorables. Desde dentro, el espacio principal es un 360 grados de información.
La barra, la pizarra, los tablones, los carteles, la gran foto, más fotografías, y un collage desordenado en el que sin jerarquía se ve a la gente que fue al Benito. Desde jóvenes en los últimos años a ilustres visitantes que formarían parte del mejor libro de geografía humana.
María Dolores Pradera estuvo, los escritores leoneses, actores en gira, pintores, el propio Jesús Méndez, acá como Chus II, que aquí hay saga que vuelve, porque el Benito siempre vuelve, a la historia interna. Florinda, Marina y Benito, Genoveva; o Beni de las generaciones recientes, son lo fundamental, porque el pasado del Benito es presente. De otra forma no tendría sentido. Presente como se pueda pero presente.
De hecho, al hilo de las actuales obras en la Plaza Mayor, Jesús Méndez vuelve a la trastienda y trae un libro en el que se cuenta que ya en tiempos de Felipe IV hay intensos contactos para costear arreglos tanto de la plaza de San Martín como de la Plaza Mayor porque el Ayuntamiento reclama ayudas a cambio de sus aportaciones al reino. En definitiva, que Felipe IV, haciéndose eco de las peticiones del municipio, concedía en 1657 la imprescindible autorización de cargar con cuarenta maravedíes cada cántara de vino que se vendiese en la ciudad y sus arrabales. La plaza sigue en obras.