Diario de León

OPINIÓN Luis Grau destaca que sin ellas sería radicalmente imposible explicar la visión histórica de la provincia

Donaciones al museo: un gesto para todos Las donaciones suponen más del 30% de fondos del Museo de León

Incluye piezas únicas, como el Depósito de Valdevimbre o la estela de Selomó bar David

Mobiliario del XIX donado por  Josefa Díez González y el general don José Ibor

Mobiliario del XIX donado por Josefa Díez González y el general don José Ibor

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Luis Grau Lobo Cristina Fanjul - león
León

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LOS MUSEOS se hacen con lo que nos ha sido otorgado a todos. Unas veces de forma voluntaria, como aquellas ocasiones en que se conservan objetos que, desde su concepción, fueron considerados dignos de representar a la sociedad que los concibió: son lo que llamamos, generalmente, obras de arte. Otras de manera involuntaria, con aquellas cosas que el paso del tiempo dejó tras de sí y que el azar o la moderna investigación histórica ha recuperado para hacerlos depositarios de esa memoria común: son aquellos bienes que solemos considerar arqueológicos o etnográficos, según las etiquetas académicas al uso, y que suelen hablarnos de la vida cotidiana, de un intrahistoria menos espectacular o sofisticada pero también más inocente y, por ello, menos mediatizada. Sin embargo, todos ellos son legados de muertos, el testamento inanimado de gentes que vivieron un tiempo distinto, para el que los museos o no existieron o, si lo hicieron, no eran el destinatario último de sus productos. Son herencias más que ofrecimientos. Pero hay un componente de los museos más cercano, más revelador del tipo de sociedad que los mantiene, de la ciudadanía que da sentido a su existencia y amparo a su funcionamiento. La mayoría de los museos de nuestro país son públicos, lo que no significa ni más ni menos que se mantienen con los impuestos de todos, que son de todos nosotros. Pero existen otras maneras, cada vez más, de colaborar en el engrandecimiento de este tesoro común. Y una de las más notables, quizás la más distinguida a la escala de su imagen patrimonial, la más significativa del aprecio que una comunidad siente por su existencia, sean las donaciones de particulares. En ese sentido el Museo de León tiene suerte. Ya en su origen fue beneficiado de un aporte de energía manada en esencia de la voluntad personal de un grupo de leoneses, ilustrados e ilustres, en las décadas medias del siglo XIX, que lo hicieron posible contra vientos y mareas. Pero además y, desde aquellos lejanos años, algunas de las mejores obras que atesora el museo, esas que no proceden de hallazgos arqueológicos ni de adquisiciones en el mercado de antigüedades, ni de desamortizaciones o del patrimonio estatal, llegaron de la generosidad personal de quienes confiaron en el Museo como el mejor lugar no sólo para conservar y difundir el patrimonio de todos, sino también el propio y convertirlo así en uno sólo. Piezas muy señaladas entraron entonces en el Museo por la puerta de gestos altruistas o, más bien, interesados en un bien superior, en un «interés general» que en nuestro país adolece de falta de tradición, y no suele ser tan general como pregona. Esa tradición se interrumpió o, mejor dicho, se ralentizó, en la época en que el museo atravesaba, junto con el resto del país, sus décadas más lóbregas, en los años 40 y 50 del pasado siglo. Las siguientes no consiguieron remontar esa situación, pues las deficientes estructuras del museo, siempre hipotecado por el problema de su insuficiente sede en San Marcos, parecían hacer de este destino un lugar incierto para los objetos en él depositados a ojos de la ciudadanía, por más que durante siglo y medio el museo hubiera sido garante de la conservación de todo el patrimonio a él encomendado. Pero si éste no se veía, era relegado a los siempre herméticos almacenes de un museo, si la administración confiaba tan poco en el museo ¿cómo iban a hacerlo los ciudadanos? Cuando el Museo de León arrancó de esa postración secular hacia los años 90, las donaciones y los depósitos (esa forma de entrega sin perder la propiedad que también constituye un acto de absoluta generosidad) se aceleraron y a medida que, en los más recientes años, el museo se acercaba, por fin, a la resolución de sus problemas con la consecución de una nueva sede (el edificio «Pallarés») y el relanzamiento de su imagen y actividades públicas, ha adquirido tal envergadura que podemos afirmar orgullosos encontrarnos en un período sólo comparable en este aspecto a aquellos primeros tiempos en que un joven museo abría sus puertas en 1869 colmando la ilusión y las expectativas de toda la provincia. Son innumerables las personas que se han acercado y aún hoy siguen haciéndolo, a su museo para dejar en él un pequeño o gran «tesoro» familiar, un objeto preciado del que no se desprenden del todo, pues saben que estará, para ellos, pero también para todos los demás, en el museo que les pertenece y al que vinculan su nombre para siempre. A ellos, a los que ya no están y a los que han de venir, dedicamos buena parte del trabajo que hacemos y a ellos van dedicadas estas líneas, insuficiente homenaje, con todo nuestro reconocimiento. El director del Museo de León explica que sin ellas no se podría completar la visión de la historia provincial. Son las donaciones, una de las fuentes más importantes del espacio histórico-artístico atesorado en Pallarés. Y es que este capítulo supone casi un 30% del total de fondos del museo. La mayoría de las donaciones que, a lo largo de su historia, ha recibido el Museo de León se produjeron en los años veinte. Por motivos obvios, la entrada de piezas descendió durante la Guerra Civil y durante la «estancia» del centro en San Marcos tampoco llegaron demasiadas debido sobre todo al miedo de los posibles donantes a que los objetos se perdieran. Luis Grau explica que el nacimiento del museo se debe a la filantropía mostrada por ciudadanos anónimos. «El centro se abrió al público gracias al esfuerzo económico de unos particulares que adelantaron el dinero», manifiesta. Entre estos, cabe destacar la labor desempeñada por nombres como Ramón Álvarez de la Braña, Jiménez y Molleda. Así, si se desecuentan instituciones, asociaciones y organismos públicos, tales como el Ministerio, Obispado, universidades o Ayuntamiento de León, la lista de donantes individuales asciende a más de 130 personas. Hay nombres conocidos, como Juan Crisóstomo Torbado, Demetrio de los Ríos, Julio del Campo o Manuel Gómez Moreno, pero la mayoría llenan las páginas de la historia desconocida de la provincia. Piezas insustituibles Algunas de las piezas cedidas por estos mecenas se han convertido en esenciales para el proyecto museológico. Es el caso del Cristo de Carrizo. La historia de este tesoro artístico es más que curioso. Las monjas de la localidad leonesa se lo dieron al médico que las atendía como pago por sus servicios y éste se lo vendió al museo por un precio simbólico (el mismo que habría cobrado a las religiosas por sus cuidados médicos). Importante resulta también la historia del Depósito de Valdevimbre, protagonista del capítulo dedicado a la prehistoria en el museo. Este conjunto de piezas -punta de lanza con su regatón, dos puñales, dos hachas, una sierra y un yunque- datan del año 1.250 a.C y suponen el tránsito entre el Bronce Medio y el Final. Pues bien, los restos se hallaron en 1925 por un capataz que trabajaba en la carretera y que los cedió al boticario del pueblo. Años más tarde, sus descendientes (familia García Tabares) entregaron el tesoro tras encontrarlo en una caja de dulces. Original fue el regalo que legó Pelayo Tahoces: su propia música, compuesta e interpretada por él mismo al cello. Uno de los gestos de ciudadanía más importantes es la entrega de los hallazgos arqueológicos. Luis Grau precisa que la entrega de estos objetos comportan un montante significativo (en torno al 5% de la muestra permanente). En este sentido hay que recordar la labor desempeñada por César Morán, creador del Aula de Omaña y autor de los primeros artículos que se conocen acerca de protohistoria leonesa. Gracias a sus excavaciones a los castros, Pallarés conserva algunas de las piezas prerromanas más importantes de la península. Pieza hebrea De radical importancia resulta también el epitafio hebreo donado por la familia García de Arriba. Es la más bella de las inscripciones leonesas hebreas, del epitafio de Selomó bar David ben Parnaj, datado el 15 de julio de 1097, sobre mármol. Procede del castrum iudeorum de Puente Castro donde fue hallado con motivo de las obras de ampliación de la carretera a Valladolid a principios de los años ochenta. Estuvo en casa del trabajador que la encontró, sin saber su importancia, hasta el año 2000 en que su familia (él había fallecido) la donó al museo. Entre las últimas donaciones al museo se encuentran las realizadas por Josefa Díaz González y José Ibor. Se trata de un conjunto mobiliario de época, así como un lote de tres lienzos de Sorolla y dos de Regoyos. Las donaciones conforman aproximadamente un 20% del fondo antiguo (ingresado antes de 1985: Ley de Patrimonio Histórico Español) y menos del 5% desde entonces, aunque hay que contextualizar este dato, ya que el notable incremento de ingresos por excavación arqueológica hace que el porcentaje se hunda sin que lo haga la cifra real o, lo que es más decisivo, la participación de donaciones y depósitos en el montaje permanente del Museo, en el rostro del Museo que el público ve. Esta es cercana al 15% en la actualidad y compone cualitativamente una parte importante, sin la que el Museo no podría completar la visión de la historia provincial que ofrece. Luis Grau explica que las donaciones y depósitos deben proceder de una fuente limpia, esto es, -según el código deontológico de los museos- no debe sospecharse una procedencia fraudulenta. «En ese sentido, por ejemplo, el material arqueológico suele llegar en calidad de entrega de hallazgo fortuito o posesión anterior a la ley de patrimonio», manifiesta el responsable del Museo de León. Además, añade que se respeta la demarcación o ámbito territorial del museo: los bienes de la provincia y aquellos que no se vinculan a una procedencia (como una pintura de Sorolla, por ejemplo). «En principio recogemos todo y todo se trata igual, salvo que no reúna, como expresa la ley, las condiciones para ser bien de interés cultural, en cuyo caso se rechaza», precisa. Luis Grau subraya que, si bien no suele ser corriente, sí que se dan casos en los que el propio museo «obliga» al particular a donar piezas. Se trata de casos en los que los vestigios (siempre proceden de yacimientos arqueológicos) aparecen a consecuencia de la utilización de sistemas de detección fraudulentos. En algunas ocasiones, los piteros tratan de vender estos objetos, violando con ello la ley. En el caso de que el hallazgo haya sido fortuito, las piezas siguen siendo de propiedad pública y deben ser entregados al museo. No obstante, corresponde al hallador la mitad del valor legalmente tasado. «En una ocasión, llegó un señor con una bolsa llena de fósiles. Al parecer, sus amigos no creían que fueran tan antiguos como él decía. Me dijo que cedía y que a cambio tan sólo quería que le firmara un documento para dar fe y mostrárselo a los incrédulos». «El museo se abrió gracias al esfuerzo económico de unos particulares que adelantaron el dinero» LUIS GRAU

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