Diario de León
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El invento del maligno rosa belmonte

Todos los días cuentan; sólo uno importa». Es uno de los eslóganes de Friday Night Lights (FNL), una de las series más singulares de los últimos años. La 2 ha empezado a emitirla de lunes a viernes a las ocho, aunque esta semana el Master 1000 de Montreal ha ocupado su lugar. TVE la presentó como una serie juvenil con historias entre personajes que rozan los 17 y en la que reina el fútbol americano. Cierto, pero es mucho más. Claro, que si hubieran dicho que la luz es distinta, que graban cada escena con tres cámaras (alguna al hombro), que tiene aire de documental, que los planos no son convencionales, que se desarrolla en un pueblucho de Texas, que sus habitantes tienen vidas miserables, que el polvo del ficticio Dillon se te mete en el salón o que es una producción de prestigio (tanto que la NBC decidió seguir produciéndola pero pasándola a emitir primero por cable en Direct TV), casi sería para huir despavorido.

O sea, ¿por qué voy a querer ver una gafapasta película iraní ambientada en un instituto texano? Porque el prestigio no es siempre sinónimo de coñazo. Por unos guiones y diálogos brillantes. Por su altura dramática. Porque la primera temporada es deslumbrante. Porque los tópicos de instituto ya no son lo que eran. Porque el fútbol es más que un juego. Por la animadora y el «quarterback» (por uno y otro). Por la madre de Smash (el jugador negro). Por Tim Riggins (con camiseta o sin camiseta). Por Tyra. Y por el matrimonio Taylor. Él es el entrenador de los Panthers y está interpretado por Kyle Chandler, el experto en desactivar explosivos que salta por los aires en Anatomía de Grey y, sobre todo, el protagonista de Edición anterior , aquel corredor de bolsa al que un gato traía todas las mañanas el periódico del día siguiente. Pero tras FNL todo eso casi se ha olvidado. Es el entrenador Taylor. Igual que se ha olvidado que Connie Britton era la antipática de Spin City . Es Tamy Taylor, la mujer del entrenador, la consejera estudiantil y la madre de todos los chicos de Dillon. Los Taylor son los Ingalls modernos. Pero la emoción de ver FNL y de llegar al partido es mucho mayor que la de ver La casa de la Pradera . Al final una acaba gritando «Clear eyes, full hearts, can-™t lose» como los chicos en el campo.

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