Diario de León
Un niño africano juega con un balón en la playa.

Un niño africano juega con un balón en la playa.

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León

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Discreto, silencioso, sufrido.. . así es el balón. Encaja puntapiés y cabezazos sin quejarse, sin ni siquiera reclamar un plus de peligrosidad, no digamos ya una prima por cada partido ganado. Un sufridor. Y cuando marca, nadie grita ¡viva el balón! ¿Por qué ha de llevarse todo el mérito el jugador y se le niega su parte al objeto sin el que nunca hubiese sido posible no ya el gol, sino el juego mismo? Abnegación. Si los balones pudieran hablar descubriríamos su humildad y buenos modales. «Si no es mucha molestia, don Cristiano, ¿le importaría patearme un poco más abajo? Es que ya no siento los testículos?». En cambio, una pelota de golf tendría lengua viperina, no hay más que verla, todo pegas y altiveces.

En la Antigüedad se creía que la Tierra tenía forma de campo de fútbol, hasta que Colón demostró que era más o menos esférica, como una pelota realizada por un chapuzas. Hoy se busca el balón perfecto y para cada Mundial se diseña uno. Jabulani no ha sido muy bien recibido por nuestra Selección. No se fían de él. Del mismo modo que los enólogos perciben sabores, olores, texturas y colores en los vinos, los jugadores conocen los matices de un bote, la infinidad de posibilidades que el cuero permite. Al parecer, este Jabulani no es el stradivarius de los balones, como pretenden hacernos creer quienes lo han diseñado, como si fuera uno de esos inventos que ponían en manos de James Bond antes de cada misión. Lo que es seguro que nadie le preguntó al interesado. Es decir, al balón.

Nuestra infancia es aquella pelota con la que jugábamos. Más aún, con la que hablábamos pues -"y esto es muy africano-" un niño da vida a lo que ama. ¿Y qué representa un Mundial más que un regreso colectivo a esa patria lejana, parafraseando a Rimbaud, que es la edad de la inocencia?

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