Esa señora o señorita
No me diga usted, querido lector, que no sabe de qué le estoy hablando. En los partidos, cuando la cámara enfoca al público siempre se recrea en una bella señora o señorita, que a uno le hace exclamar: «¡Viva el fútbol!».
Por supuesto, también habrá mujeres a las que la visión desde sus casas de un bello y desconocido Adonis les motive similar exclamación, fascinadas por sus viriles rugidos, virtuosismo al tocar bombo o gracejo al hacer la ola-¦ En ambos casos, se trata de emociones atávicas, que no han de motivar celos en los respectivos cónyuges. O sí, pues debo decir cómo aviso a navegantes que sé de un seguidor del Madrid que quedó epatado en 1994 -a través de la televisión.- por la buena presencia de una aficionada del Barça. Y como un don Quijote pasado de rosca por los libros de caballería, hizo todo lo posible por saber quién era ella, tarea que le absorbió el seso y el sexo, y ahí sigue, sin levantar cabeza, todo el día en un estado febril, entre Romeo y don Mendo. El fútbol, digámoslo ya, no se debe mezclar con otras pasiones, salvo con la gastronomía, la filatelia o la astrología. Todo lo demás es riesgo.
Hace años, durante el franquismo, las cámaras sólo enfocaban a señores fumando farias, o con un palillo en la boca. Hoy podemos ver a mozos y mozas maquillados con colores de guerra, bailando rap, agitando pancartas en las que se proponen para esto y aquello, en fin, otra clase de alegría.
En los toros siempre se vieron, lo advirtió Manolo Escobar con sus reparos a la minifalda, muy saludables damas. Pero ahora, los campos de fútbol son como discotecas, hay mucha fiebre del sábado noche desatada. Por eso, a veces, uno en su casa, ante la televisión, no puede menos que exclamar, con sano asombro y sin hacer de menos: «¡Ostras, Pedrín! No todo va a ser gula de goles.