Diario de León

LUCHA LEONESA

Más que una saga, del mejor Fierro

Dos a dos, los cuatro Fierro, una síntesis de lo mejor de la actual escena de la lucha

Lo que les une es mucho más firme que lo que puede suponer ‘el hecho del cuarto apellido’

Lo que les une es mucho más firme que lo que puede suponer ‘el hecho del cuarto apellido’

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A. BARREÑADA | BOÑAR
León

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“Pero, ¿está usted seguro que no son hermanos los cuatro?” Manifiesta incrédulo el aficionado, de los más fieles a los corros. “¡Pues hombre, como padre de dos de ellos, y tío de los otros dos, yo le diría que no!”, responde el interpelado. “¡Pues no se pueden parecer más!”… No acaba de convencerse el paisano.

Razones tiene: Fierro García Getino son los tres primeros apellidos de cuatro luchadores que, no sólo para el señalado seguidor, sino para el común de los aluches, son auténtica saga. Desde los nueve años de Ainhoa, pasando por los dieciséis de Laura y Adrián hasta los 20 de Rubén, en estas cuatro figuras, con esos cuatro Fierros, se traba, explicita y resume buena parte de la mejor escena actual de los cintos. Ellos son, de eso no cabe duda, de una misma sangre de la mejor lucha.

Los hijos de Tina y Lorena, de Agustín y Luismi, viven a pie del Negrillón, pero defienden la tierra de los abuelos: «Rubo» la de Valdorria, la de Amado y Margarita, los otros tres Cerulleda, la de Agustín y Feli. Algo tiene que haber en las aguas de esa Peña Vieja (venimos diciéndolo con asombro parejo al del paisano aficionado) para que de esos altos esté brotando tal manantial, al que hay que sumar a otros dos hermanos: los García.

Mucho de buen caudal hay en las escuelas donde los Fierro se han hecho a la lucha. Más allá de la buena condición de los cuatro, de sus resultados destacados, hay un poso común del que puede ser máximo exponente el reconocimiento que «Rubo» recibía a finales de la pasada temporada (de manos de previos ganadores de su mismo equipo) y él declaró apreciar más que ningún otro trofeo: el premio «Chuchi de La Ercina» a la Nobleza en la Lucha.

Nobleza obliga entre los Fierro. La más pequeña, Ainhoa, que lidera su categoría, lucha con un pequeño cinto en el que está escrito el nombre de Rubén. Fue el que él ganó en un Provincial de los que sí daban algo, aunque no fuera con hebilla de plata.

Ainhoa te cuenta que con poco más de seis años iba a los entrenamientos con un poco de vergüenza, pero que hoy sale de casa hacia el corro diciendo convencida: «¡hoy voy a ganar! Ella «heredó» ese cinto de su prima Laura, a la que luchadores de los que hoy ya asombran en cadetes (como Adrián el de Villavente, Manu el de Lillo, Jesusín... ¡vaya quinta!) le recuerdan «¡la guerra que nos diste!». Desgraciadamente para ellas, para las luchadoras, no existe espacio propio en esa edad de los dieciséis a los dieciocho años y Laura, menudina, tiene que agarrarse con compañeras de mucha mayor envergadura. Pero tiene raza y cabeza para seguir avanzando.

Avanzar, luchar, mejorar... Adrián señala cómo desde pequeño se enfadaba consigo mismo tras no hacerlo mejor ante rivales que siempre han sido de lo mejor, como Javi Sancho, el de Represa. La confianza se hace luchando.

Como se ha hecho, al cinto, una nueva generación de lo más genial de la vigente lucha, de la que sí disfruta la afición en los grandes corros (los otros son para pocos privilegiados) de la que forma parte «Rubo» Fierro junto a compañeros (Filín, Tomasuco, Guillermo, Unai, Cristian) que los son sin que lo haya podido impedir fila alguna, porque esta gente lleva en la sangre vivir en corro, como mandan la luche y el profesor Flecha, otro luchador a pie del Negrillón.

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