Diario de León

DAVID FLECHA: DE LEÓN A AMÉRICA (CAPÍTULO IV)

Si me encuentras, devuélveme al agua

De Perú a Bolivia. Con unos cuantos miles de kilómetros ya a sus espaldas David Flecha continúa con su viaje solidario por América. Perú ha sido su penúltimo destino donde ha podido disfrutar del ambiente de Cuzco y también visitar el antiguo poblado andino de Machu Pichu. De allí a Bolivia para afrontar un nuevo capítulo de su proyecto. Oruro... y luego otras muchas paradas más para cumplir con su reto .

David, en el Machu Pichu. FLECHA

David, en el Machu Pichu. FLECHA

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DAVID FLECHA | ORURO

En la última crónica sobre mi viaje, camino de Cuzco, -una de las ciudades más significativas al tratarse de la capital histórica por excelencia del Perú-; recordaba con mucho afecto una historia que me enviaron días antes de emprender mi viaje. Formaba parte de un fragmento de un cuento titulado ‘Remando hacia el mar’. Es la historia de un niño que, en su ansia de aventura construye una canoa de juguete tallada a partir de un pedazo de madera. En ella introduce un pequeño indio, hecho también de madera, y le envía hacia un viaje que a él le gustaría hacer, pero que no puede porque es demasiado joven.

El inicio de esta aventura comienza con la canoa posada sobre la nieve en lo alto de una colina, y en cuya base puede leerse: «por favor, si me encuentras, devuélveme al agua, estoy remando hacia el mar».

De esta forma comienza un largo viaje de kilómetros y kilómetros de distancia. «Yo me hice remero porque tuve un sueño, decía el niño mientras situaba la canoa sobre un banco de nieve de una colina. El espíritu del sol posará su mirada sobre la nieve, la derretirá y el agua descenderá hasta el río, desde este hasta los Grandes Lagos, y desde allí llegará hasta el Océano Atlántico. Tú irás con el agua y vivirás aventuras que a mí me gustaría vivir, pero no puedo ir contigo porque debo quedarme y ayudar a mi padre…»

He intentado ser ese hombrecito de madera desde que emprendí mi viaje, para dar a conocer ese espíritu de aventura y curiosidad al niño que cada uno llevamos dentro; y esta última etapa hace referencia a gran parte de ese fragmento; especialmente si eres de esas personas capaz de sacar a la luz aquellas ideas que todos tenemos siendo niños, y que según mi opinión son la esencia más sincera de uno mismo. Tras haber pasado un día en Cuzco -vuelvo ya a mi viaje- adaptándome muy bien al mal de altura -a base de comer en el mercado de San Pedro un potaje exquisito llamado ‘Chuño’, lomo saltado, y un postre hecho a base de churros de camote rellenos de dulce de leche -te recomiendo la comida callejera porque es exquisita-; compré mi entrada para el Machu Pichu -para un día en específico porque no puedes ingresar otro día que no hayas reservado-, y decidí viajar al día siguiente hacia Aguas Calientes -el pueblo más cercano a una de las 7 maravillas del mundo-. Para ir hacia dicho pueblo puedes hacerlo de tres formas -dos seguras y una bastante arriesgada, pero que encierra en sí un paisaje espectacular-.

Comiendo en el mercado de aguas calientes. FLECHA.

La más común es a través del famoso ferrocarril -pero que cuesta un ojo de la cara y parte del otro tanto la ida como la vuelta-; otra segunda, en carretera desde Cuzco hasta un pueblo indígena llamado Ollantaytambo, y desde ahí hasta Santa María, Santa Teresa y por último Hidroeléctrica -todo esto en una duración de unas 8 horas-, incluyendo después un tramo a pie de dos horas a través de un camino por donde unas antiguas vías de tren te guían hacia Aguascalientes en mitad de la selva; y una tercera -la más arriesgada- desde el ‘desconocido-famoso’ km 82 cercano al Ollantaytambo -por el que toca ir caminando durante casi 8 horas junto a las vías del carísimo tren, traspasando tramos de selva y un paisaje increíble, -incluso con el riesgo de tener que pegarte lo máximo a la pared de los túneles quitándote la mochila de la espalda cuando el tren coincide en pasar al mismo tiempo que tú, porque apenas hay sitio para más-.

Yo decidí hacer la tercera, como es obvio, pero los guardias de la reserva me dieron el alto al descubrirme -es un tramo que mucho mochileros hacen a escondidas, pero si te descubren, como fue mi caso…te toca dar la vuelta-. Tal fue así que me tocó hacer la segunda opción, por carretera, con el agravante de haber perdido dos horas y llegar a Hidroeléctrica a las 9 de la noche, con todo a oscuras y mientras no paraba de llover. Así que me dije: -David, móntatelo como quieras…pero hay que llegar a Aguascalientes antes de las 12-.

Encendí mi linterna y me pasé todo el tramo sin cruzarme con una sola persona, en mitad de toda esa selva que desconocía y empapado hasta las trancas caminando por caminos de tierra, vías de tren y traviesas de madera…tal fue así que nada más llegar a Aguascalientes, en el hostal en donde me alojé sin reserva previa -tuve suerte en ese sentido-, comencé a temblar de frío, y tuve que robar varias mantas del resto de habitaciones para entrar en calor -porque ni siquiera el agua de la ducha estaba caliente-, y tenía toda la ropa húmeda para subir al día siguiente a Machu Pichu y no tenía nada caliente que tomar. Debí de dormir como unas 4 horas, -lo mejor que pude, eso sí-, porque al día siguiente eran las 5 de la mañana y yo ya estaba en pie para subir por el camino de piedra hasta la entrada de la montaña; puedes hacerlo en bus…pero no tiene el mismo encanto, aunque la paliza de subir sin apenas desayunar y con todo lo que llevaba detrás, te lo aseguro, está más que servida, -y eso que yo tengo las piernas más fuertes que el vinagre-, de eso puedes estar bien seguro.

-El autobús es para los turistas- me decía…-No quieres té…¡pues toma dos tazas!- Después de aquella matadora subida, con la ropa empapada y sin apenas haber comido, hice el ingreso al mismísimo Machu Pichu. Os aseguro que nada más ver aquella maravilla -porque no tiene otro nombre-, se me quitó el frío, el hambre y el cansancio de golpe. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue preguntarme: -pero y esto…¿cómo han podido ser capaces de hacerlo?, ¿cómo han podido subir todas estas piedras?, ¿cómo han llegado a ser capaces de descubrirlo?

Mujer y llama en la ciudad peruana de Cuzco. D. FLECHA

Me quedé en shock un largo rato, estaba presenciando una de las mayores obras de la historia del mundo mientras continuamente me hacía preguntas a cada cual más misteriosa; tiempo después, desde la parte más alta, me senté sobre una piedra calentada por el sol mientras intentaba visualizar como sería aquella ciudad en el pasado. Tenía la sensación -que había perdido hace tiempo- que por un momento, el tiempo se detenía, y la prisa por llegar o volver ya no entraba en mis planes; -el reloj no puede limitar mi emociones en momentos así-, de lo contrario creo que no me lo habría perdonado.

Después de haber tenido ese momento de calma y equilibrio, y que fue bien largo, llegó, claro está, la otra parte; si ves un grupo de llamas acercándose hacia ti…lo menos que se te ocurre es hacerte un ‘selfie’; pues imagínate lo que vino después…vamos, que terminé bailando el baile del delfín en plena colina; ¡ni la mismísima Wendy Sulca lo habría hecho mejor!…ya lo ves, estaba inspirado. Lo cierto es que ver todo aquello -dejando la broma a un lado-, era increíble; la pena es que poco a poco todo se va llenando de gente, y el lugar pierde su encanto, y no sientes la misma energía que al principio, cuando te ves sin apenas civilización contemplando aquella cumbre junto con sus ríos al fondo, es espectacular, y es cierto lo anteriormente dicho, se transmite una energía difícil de describir.

Ya de camino hacia Cuzco, rehice el camino de ida bien feliz de Aguascalientes -donde aproveché para tomarme al menos una buena sopa de mote y jurel en uno de sus mercados- a Cuzco por la misma carretera del día anterior y rodeado de toda aquella selva; -después de haber pasado por lo duro que se me hizo llegar hasta allí, el sol calentaba justo lo necesario, mi camisa ya estaba casi seca, y costara lo que me costara cumplí con el objetivo llegar hasta allí para poder contároslo. Al llegar a Cuzco, hambriento como un perro de calle, tuve la suerte de coincidir con dos tipos bien ‘relocos’; -Leo y Fran eran dos argentinos que llevaban viajando como tres meses por Sudamérica, trabajan por el camino y viven así…sobre la marcha…-, aquel plato de pasta que Fran preparó aquella noche mientras sonaba Calle 13 de fondo y teníamos la ciudad de Cuzco a vista de pájaro, me supo a gloria; no porque el ‘pive’ fuera cocinero…pero te das cuenta a veces de que la felicidad se esconde muchas veces en las pequeñas cosas, sobretodo cuando hay hambre y sed de por medio y tienes con que matarlas.

En Cuzco, al día siguiente, tras haber dormido como un rey, aproveché a mi regreso para tomar algunas fotos, volver a comer por la calle -era más que obligatorio- y organizar mi viaje a Bolivia, más concretamente Oruro, que me llevaría unas 18 horas de autobús; parando en una frontera desorganizada, sucia, y para mi impresión, llena de incertidumbre; donde nada más cruzar al país vecino tuve la sensación de que aquello sería muy diferente a lo que nunca antes habría visto, y lo surrealista se convertiría probablemente en lo más común.

Tras haber cruzado ya varias fronteras, haber conocido diferentes formas de vida, un sinfín de paisajes y amigos que ojalá algún día vuelva a encontrarme, sigo creyendo, quizás por mi incansable idea de confiar que de algún modo lo mejor siempre estará por llegar, y es ahora; que viajar de esta manera te permite darte cuenta de que todas las formas de vida merecen ser vividas, siendo un consuelo que a veces, aquello que tu no eres capaz de vivir, otra persona pueda hacerlo por ti; y que por alguna misteriosa razón, nuestro coraje guía nuestro destino de la misma manera en que aquel niño talló aquel pedazo de madera para descubrir el mundo con diferentes ojos, para conseguir que de alguna forma todos viajen en ese pedazo de madera. Gracias a todos por subiros a esta ‘canoa’ que un día mi amiga Eva talló a base de pincel y acuarela.

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