Gritos y disparos

Dos horas antes de que Paul Bremer anunciara oficialmente la detención de Sadam Huseín, el rumor comenzó a recorrer el país. Se llegó a decir, incluso, que estaba muerto. La respuesta de muchos iraquíes fue entonces la misma de siempre que tienen algo que celebrar: los hombres salieron a la calle y dispararon sus rifles y sus pistolas, y las mujeres lanzaron al aire sus gritos más estridentes. Los más prudentes, cerraron sus tiendas y establecimientos. Quizá temían que las noticias fueran falsas o, por el contrario, temían que fueran ciertas. Además de las poblaciones kurdas como Kirkuk, especialmente castigadas por el ex dictador, la detención fue acogida con gran satisfacción por parte de las tropas norteamericanas, que esperan una caída en la moral de la resistencia y, consecuentemente, en las acciones terroristas. En Bagdad, los ciudadanos se concentraron en la plaza del Paraíso, en cuyo centro se levantaba la estatua de Sadam que fue derribada hacia el final de la guerra. Antes, muchos de ellos se dieron una vuelta por emisoras de radio o redacciones de periódicos para confirmar que el ex presidente se hallaba en manos norteamericanas y que no iba a regresar. El Ministerio del Interior del gobierno provisional puso en práctica algunas medidas de control para impedir disturbios. Durante la comparecencia de Paul Bremer, los periodistas iraquíes no quisieron privarse, tampoco, de expresar su satisfacción. «Abajo Sadam, muerte a Sadam», exclamaron en plena intervención del administrador civil. Al final, le despidieron con aplausos, pero no sin antes preguntar al general Ricardo Sánchez: «¿Significa esto que ustedes ya se van a ir del país?» «Nos quedaremos el tiempo que haga falta».