Diario de León

| Testigo directo | Misión de alto riesgo en el triángulo suní |

«Queríamos cazarlo vivo pero...»

El enviado especial de La Voz presencia la captura y muerte de un clérigo que, según los norteamericanos, era uno de los más altos jefes de la resistencia iraquí

Publicado por
David Beriain Bostjan Videmsek - triángulo suní
León

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Un disparo rasga la noche. Dos minutos de tensión y silencio. Otro disparo. «El objetivo ha sido abatido», dice la radio. La historia de ese «objetivo abatido» comienza pasada la medianoche, en una de las bases norteamericanas en la zona más caliente de Irak. Los soldados comandados por el capitán Steve Power, se reúnen para las últimas instrucciones antes de la misión. Saben que se trata de un asalto a la casa de un supuesto insurgente. Pero nada más. El capitán nos confiesa cuál es el objetivo: el mulá Mustafá, un joven clérigo suní de 28 años, con gran predicamento entre los jóvenes rebeldes. «Lleva meses predicando a favor de los ataques contra nuestras tropas. Está entre los más altos entre nuestra lista de objetivos», dice. Y nos pide que no se lo comentemos a los hombres: «Se excitarían demasiado», dice. Le preguntamos al capitán por la fiabilidad de la información. Podría ser falsa. Podría ser una trampa mortal. O bien podrían asaltar una casa llena de gente inocente. «El informante es el mejor que tenemos. Pero sí, corremos un riesgo. Si acertamos será un éxito. Si nos equivocamos y es una trampa, esta noche volaremos todos por los aires», dice. El jefe del asalto es el teniente Brian Fieldmeyer, 25 años. «Esta es nuestra opor-tunidad, chicos», dice. Quizá se refiera a su oportunidad para devolverle el golpe a los insurgentes que mataron hace unos días a uno de sus hombres e hirieron a otro. Fieldmeyer y sus hombres se juntan como si fueran un equipo de fútbol. El teniente suelta un grito sordo y todos responden con otro. Salimos de la base y conducimos hasta llegar a unos diez kilómetros del objetivo. Pasan las horas y empiezan los errores. Esperan a una patrulla del Ejército iraquí, porque lo que van a asaltar es una casa cercana a una mezquita. Si hay alguien dentro del templo, los norteamericanos tienen prohibido entrar. Los iraquíes no llegan. Faltan pocos minutos para la hora señalada, las cuatro de la mañana. A las 3.50 llegan los iraquíes. Comienza el asalto. Nos tenemos que quedar en el vehículo del capitán. El teniente Fieldmeyer rodea la casa. Se oye un disparo. Nuestro coche se acerca entonces a la mezquita por un camino en el que sospechan que podría haber bombas. Se oye otro disparo. Y la radio crepita: «El objetivo ha sido abatido». ¿Qué ha pasado? Los soldados nos lo explican al llegar, fuera de la casa. «Esperá-bamos que nos recibieran con fuego. Pero no hubo disparos. El tipo intentó escapar. Le disparamos en el hombro. Nuestro doctor fue a auxiliarlo, pero él intentó cogerle la pistola. El médico le disparó con su fusil en la frente. Muerto», dice uno de ellos. «Estoy contento por cómo ha ido la misión. Hemos matado al mulá. Hubiera preferido cazarlo vivo, pero no fue posible», dice el capitán. El registro Acompañamos a los soldados en su registro de la mezquita. Miran por una de las ventanas. Todo está oscuro, parece que no hay nadie dentro. No es verdad. Alguien se fija en que hay tres hombres en el suelo. «Todos al suelo», dice uno de los soldados. Los americanos rodean la mezquita. Los iraquíes entran sin miramientos y sin ningún tipo de destreza táctica. De frente. Morirían si alguien les estuviera esperando, pero los tres tipos duermen. Gritos. «Levantaos». Los esposan, los sacan de allí. Los ponen contra la pared, con la cara en el suelo frío. Un soldado los insulta. Los norteamericanos vuelven a la casa. Vemos manchas de sangre, pero el cuerpo del mulá ya no está. Alguien abre una puerta con el miedo de quien puede encontrarse con su propia muerte. Cuando alumbra la escena aparecen una docena de críos entre dos y quince años y varias mujeres. Todos miran aterrorizados a los soldados. Afuera de la casa hay nueve detenidos, atados, con los ojos tapados y tirados boca abajo contra la hierba mojada. Un anciano sangra por el golpe que le ha dado un soldado en la cara. Los norteamericanos se pasan tres horas buscando las armas que el informante le ha dicho que el mulá y su gente tenían. No encuentran nada. Suben a los detenidos a un camión y tiran en medio de ellos la bolsa con el cadáver del mulá. Como si fuera un trozo de carne.

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