Diario de León

| Análisis | El trasfondo de la crisis |

El final de la disuasión

Israel sigue fiel a su fe en la fuerza bruta. Con esa estrategia ha ganado todas sus guerras, pero no las paces. La disuasión no funciona contra el que no tiene que perder

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Miguel Murado
León

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En cierto modo, Israel ya ha perdido este nuevo conflicto del Líbano. Las imágenes de uno de sus barcos de guerra ardiendo como una tea frente a la costa de Trípoli son exactamente la clase de trofeo que compensa de todas sus pérdidas a un grupo fanático como Hezbolá, y el tipo de humillación que un país fanático como Israel más teme. No las imágenes de ayer de una carretera libanesa regada con cuerpos de civiles, ni siquiera las de los heridos en Israel por los Katiusha de Hezbolá... Lo que duele es el barco de guerra en llamas, la metáfora calcinada del poder militar en el que los israelíes han puesto toda su fe. Es esa fe desmesurada en la fuerza bruta lo que le ha permitido a Israel ganar todas sus guerras, pero también lo que le ha hecho perder todas sus paces. La facilidad de la victoria en la Guerra de los Seis Días ha puesto orejeras al pensamiento político de este país que sigue viviendo en el mundo de la Guerra Fría, en el que el «equilibrio del terror» se consideraba la garantía de la paz. Desgraciadamente para Israel y sus vecinos, el mundo ya no es así, ni siquiera esa parte del mundo tan poco cambiante como es Oriente Medio. Israel ya no tiene que vérselas con países, mal armados e ineficaces, pero países al fin y al cabo, que pueden ser intimidados con aviones y carros de combate. Hezbolá, al igual que Hamás, es una organización pequeña y desresponsabilizada (y en ocasiones, directamente irresponsable). La inexistente disuasión El concepto de «disuasión» no existe para quien no tiene nada que perder. La destrucción de puentes y aeropuertos, por no hablar del bombardeo de autobuses de pasajeros, no les debilitan, sino más bien al contrario. Israel lo sabe, pero como un ludópata que no puede parar, sigue jugando al rojo una y otra vez, entrando a todos los envites que se le ofrecen en la forma de violencia mientras rechaza todos los que le llegan en la forma de negociación. «Los F-18 servían para dar miedo», me decía en una ocasión un israelí, «usándolos en Yenín, los hemos vuelto inútiles». Pero el Israel de los inexpertos Olmert y Peretz (el ministro de Defensa laborista al que algunos medios llegaron a describir como «pacifista») ha caído en manos de los militares y de sus teorías anticuadas. Si antes de ayer Israel arrasaba el Líbano sólo para restaurar su poder disuasorio porque había perdido un pelotón en una emboscada, hoy tiene que vengarse por un barco entero. Lo pagará el nuevo Líbano de la «revolución de los cedros», que si todavía no quería desarmar a Hezbolá, ahora ya ni siquiera podrá. Mientras, Siria ha sido amenazada por Estados Unidos, pero prefiere eso al aislamiento al que estaba sometida últimamente.

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