Diario de León

Los militares estadounidenses luchan contra un enemigo casi invisible que se esconde en Pakistán

Fracaso y frustración en la mayor «cacería» de la historia afgana

En la frontera con Islamabad, los soldados de EE.UU. luchan para impedir el tráfico de insurgentes

Imagen de una de las zonas controladas por Estados Unidos en Afganistán

Imagen de una de las zonas controladas por Estados Unidos en Afganistán

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David Beriain - enviado especial | naray
León

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El tirador no se lo piensa dos veces y abre fuego. La ráfaga de ametralladora ilumina la oscuridad dentro del helicóptero. Los pasajeros, soldados norteamericanos vestidos y armados para el combate, ni se inmutan. Es lo habitual. Disparan contra todo aquello que pueda significar una amenaza para la nave que nos conduce a través de la noche por los valles profundos que separan Afganistán y Pakistán. El tirador saca la cabeza por la ventanilla del helicóptero y trata de comprobar con sus gafas de visión nocturna el efecto de sus disparos. Viajamos hacia la base avanzada de Naray, hacia la frontera más caliente del planeta, el corazón de lo que George W. Bush llama la «guerra contra el terrorismo». Después de que la OTAN se hiciera cargo de la misión en todo Afganistán, las fuerzas de EE.UU. han quedado liberadas para cumplir con la misión que les trajo a este país: buscar terroristas en la que se ha llamado la mayor cacería de toda la historia. «Esto no es como en Irak. Aquí no tenemos que hacer de policías, vigilar edificios y esperar a que nos ataquen. Aquí vamos, buscamos a los malos y los matamos. Más que una guerra, es una cacería», dice el soldado Leal, un hispano que señala los objetivos sobre los que tienen que dejar caer sus bombas los aviones norteamericanos. Dentro de esos «malos» a los que se refiere Leal caben muchas cosas. Caben los talibanes, los miembros de Al Qaida, los seguidores del señor de la guerra Gulbuddin Hekmatyar. Hasta hace poco formaban grupos separados, pero, según contaron a Diario de León fuentes norteamericanas, a principios de este año celebraron una reunión en Pakistán y formalizaron un frente común para derrotar a las tropas internacionales. Se están empleando a fondo. Esta noche han matado a tres soldados norteamericanos en un ataque con una bomba a pocos kilómetros de aquí. Las emboscadas son constantes. Una frontera de papel Los tres grupos cruzan impunemente una frontera que sólo existe en los mapas y en la mente de los británicos que la trazaron en el siglo XIX. La llamada línea Durand es mucho más débil que los lazos tribales que la cruzan. Naray es el último territorio que controla realmente el Ejército norteamericano en su esfuerzo por sellar la frontera. Más al norte, en la provincia de Nuristán, están los pasos que utilizan los líderes de Al Qaida para sus viajes de ida y vuelta entre Afganistán y Pakistán. Entre ellos el número dos de Bin Laden, Ayman al Zawahiri. Al menos eso es lo que cree la Inteligencia norteamericana. Pero aquello es todavía territorio hostil, no apto para instalar allí contingentes permanentes de soldados, y los peces gordos de Al Qaida se les siguen escapando a los norteamericanos. La base de Naray se divide en lugares a los que se puede ir y lugares a los que no. Entre esos territorios vedados están las tiendas que ocupan las fuerzas especiales estadounidenses y las afganas, y las que ocupan los miembros de la OGA (Otras Agencias del Gobierno), un eufemismo tras el que se esconden los agentes de la CIA. Hombres barbudos con gorras de béisbol. La prohibición trata de impedir el acceso a los verdaderos protagonistas de esta caza, pero este es un lugar pequeño y todo se acaba sabiendo. Al día siguiente nos enteramos de que los cazadores han salido de batida por la noche. Resultado: 8 muertos y un herido con seis balas en el estómago, que se les ha muerto desangrado en la mesa de operaciones. No encontraron a Haji Ouzman, el tipo al que buscaban. La historia de Ouzman es la historia del fracaso de esta gran cacería humana. Un líder local, sin demasiada relevancia, afín a Hekmatyar y a Al Qaida. Sus milicianos mataron a un soldado. EE.UU. quiso responder y bombardeó su casa. Mató a la mujer de Ouzman, pero él se escapó y ahora se esconde en algún lugar de estas gigantescas montañas, sostenido por la simpatía local. Otro pequeño Bin Laden. «Esto es frustrante. Los persigues aquí, pero en Pakistán tienen un refugio seguro. Mierda, si al menos pudiéramos pillar a alguno de los grandes. Todos sabemos que aunque cazáramos a Bin Laden no acabaría la guerra, pero al menos cerraríamos un capítulo y daríamos una alegría a la gente en casa», dice frustrado el capitán Todd Polk.

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