El polémico motor del cambio
Raúl Castro, el hombre que tiene el camino libre hacia el poder en Cuba tras la renuncia de su hermano Fidel, se ha dotado de una imagen renovada de firme partidario de la polémica y el cambio, imagen que ha sustituido a la del general enérgico y duro juez que mantuvo durante decenios. De 76 años, mediana estatura y hablar directo, Raúl ocupó durante 19 meses la presidencia provisional de Cuba desde que Fidel se la cedió el 31 de julio de 2006, por su deteriorado estado de salud. Nadie duda de que el domingo, al constituirse la recién elegida Asamblea Nacional (Parlamento) y el Consejo de Estado, Raúl será elegido presidente por un período de cinco años, en que debe acometer reformas dentro del socialismo. En la simbólica fiesta nacional del 26 de julio, convocó a reparar lo mal hecho y alentó a los cubanos a hablar de los problemas «con sinceridad y valentía», en un proceso de debate que ya dura más de dos meses. Su exhortación a la población a hablar «sin miedo de ninguna clase» y a los dirigentes para que aprendan a escuchar, desató la lengua de los cubanos, lo que supone un proceso «irreversible», según coinciden en calificar los expertos. Más de cinco millones de cubanos hicieron catarsis en los debates, pero «sin impugnar el sistema», dijo Raúl en una de sus contadas comparecencias. En diciembre concitó la inquietud en sectores inmovilistas al afirmar que el sistema «tiene que democratizarse más» y que dentro del Partido Comunista de Cuba «es bueno que se tengan diferencias», aunque «no antagónicas». Defendió el sistema de partido único, pero advirtió: «Si somos un partido, tenemos que ser el más democrático que existe». «Tampoco hay que engañarse, Raúl es ante todo un revolucionario», dijo un diplomático europeo, que descarta que Raúl propugne una transición al capitalismo. En su libro «Después de Fidel», Brian Latell, ex analista de la CIA, opina que «para poder conservar el poder por un largo período tendría que cambiar esa imagen de 'Raúl el terrible' que Fidel le impuso con su consentimiento y que está tan arraigada en el pueblo». En junio sorprendió a los cubanos al aparecer en televisión cuando, junto a sus cuatro hijos (Débora, Mariela, Alejandro y Nilsa) y ocho nietos, depositó en el sepulcro la urna con las cenizas de su esposa Vilma Espín, la mujer de mayor rango político en Cuba, al lado de otro nicho con su propio nombre. Su hijo Alejandro es coronel del Ministerio del Interior y su mano derecha. Mariela, una reconocida sexóloga, defensora de los homosexuales. Su yerno, Luis Alberto Domínguez controla las finanzas de las Fuerzas Armadas y su nieto, el fornido Raúl Domínguez Castro, es su inseparable escolta. De andar resuelto, gestos enérgicos y claridad de discurso, Raúl goza de aparente buena salud, aunque reconoce el peso de la edad. Hace unos días, en el pabellón gallego de la Feria del Libro en La Habana, evocó a su padre Ángel, un emigrante de Galicia, y reconoció que desde que está al frente de Cuba, ya no tiene tiempo para leer.