Diario de León

Adiós hermano; hasta siempre amigo...

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León

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Opinión | jorge revenga

abad honorario del dulce nombre

Fue en el mes de junio de este pasado año cuando, querido Carlos, diste personalmente a cada una de las personas a quienes querías la fatal noticia de tu enfermedad. No quisiste que nadie se enterara por terceros, anunciándonos el diagnóstico y el pronóstico médico con una entereza admirable. Fuiste en eso, como en toda tu vida, amigo de tus amigos. Muchos no supimos entender la aparente sangre fría con la que nos comunicaste la noticia: te quedaban seis meses de vida. Y así fue. La no siempre fiel y matemática estadística de la enfermedad en este caso fue inexorable. La muerte, siempre injusta, llamó demasiado pronto a tu puerta.

Hasta el último momento supiste mantener tu generosidad, tu siempre amable y callada sonrisa, tu afabilidad y tu empeño porque quienes te rodearan se sintieran a gusto en tu compañía.

Aún recuerdo vivamente el día que fuiste nombrado seise de Jesús, la Cofradía a la que tanto querías. Fue en un mes de diciembre hace ahora siete años. Se cumplía entonces una de las mayores ilusiones de tu vida. A muchos nos sorprendió tu prudencia y tu ánimo por ayudar de forma callada: allá donde hiciera falta una mano, aparecías tú para arrimar el hombro, sin ruido, sin alharacas pero sin regatear ni tu tiempo ni tus esfuerzos.

El pasado mes de septiembre tomaste posesión como abad. Ya entonces la despiadada enfermedad que padeciste, se dejaba atisbar en tu cuerpo. Olvidando el discurso oficial, recuerdo que a unos pocos hermanos nos dijiste que lo que más ibas a sentir con tu abadía era tener que dejar el «San Juan», el no poder acercar a «El Encuentro» el paso que durante tantos años llevaste como bracero y más tarde como seise. Quizás El Nazareno haya sido generoso contigo y te haya permitido, por mucho que a los que aquí quedamos nos cueste entender el sinsentido de tu muerte temprana, llevar en «tu» procesión el paso que tanto amaste. Porque, querido Carlos, este Viernes Santo los hermanos de Jesús -no lo dudes ni un segundo- sacaremos «Tu» procesión por las calles y -seguro estoy de ello- este año el «San Juan» llevará una almohadilla aparentemente vacía pero en la que -aunque nadie nos permita decirlo- irás tú desde donde estés, arrimando ese hombro que tanto ayudó a engrandecer la pequeña historia de la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno.

Puedes estar orgulloso. Tus dos hijos, Alejandro y Miguel, llevan también en su pecho el inmortal emblema. Dejas, pues, dos papones que, a buen seguro, seguirán tus pasos. Probablemente Paz, tu mujer, también papona, sentirá muy especialmente esta próxima semana santa. A ella no hace falta decirle nada que no supiera: al fin y al cabo, es quien mejor te conocía. Este año, cuando todos los hermanos recemos un Padre Nuestro por quienes nos han antecedido, estate seguro, Carlos, que nuestra oración irá destinada más que nunca para nuestro abad, ese hermano callado que nunca quiso destacar ante nadie, que quería pasar desapercibido y que, quizás sin saberlo, nos haya dado grandes lecciones de humildad, de saber estar y de bonhomía.

Adiós, abad. Hasta pronto, hermano. Hasta siempre, amigo

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