Diario de León

Cuatro horas tras el velo

Sentí hostilidad, hubo muchos momentos incómodos y, sobre todo, rechazo. Así fue mi mañana anulada por un burka..

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León

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Momentos de hostilidad, situaciones incómodas y, sobre todo, rechazo. Esa sensación de repudio es brutal al acabar una mañana vestida con un burka. Se termina con la idea de haber hecho algo mal, aunque sin saber el qué. Nadie o pocos son capaces de mirar directamente a los ojos cuando se entra en una tienda o en un consultorio médico o se intenta algo tan simple como caminar por la calle.

La primera parte del reportaje se hace en la plaza Mayor de León caminando lentamente. En ese momento, el mundo parece dar un vuelco porque no es una persona normal, como todas las otras que pasean por la plaza. Ahora es «una mora de esas». Una que «debería irse de España si se quiere vestir así».

Las personas, casi sin excepción, se giran para mirar y esas miradas inquisidoras queman, atraviesan la tela asfixiante del velo integral. Un día caluroso como el de ayer no es el idóneo para salir vestida con un conjunto tan pesado y más cuando la persona no puede refrescarse, porque no se pueden mostrar ni las manos ni el rostro. En la fuente de la calle Plegarias, la gente mira y espera atentamente, quizá esperando ver una muñeca o lo que sea. Los niños señalan alegremente; «Papá, mira, mira la señora, cómo va vestida». Pero los padres los retiran rápidamente, sin explicarles el significado de esa mujer que pasea por León tapada íntegramente con un velo azul.

El impacto al entrar en la calle Ancha y bajar hasta la avenida de Ordoño es devastador. Turistas y leoneses por igual se dan la vuelta y comentan lo que están viendo, muchos de ellos con cámara de fotos en mano. «Nunca había visto uno de estos aquí», comenta uno, lo que explica las miradas de sorpresa y el revuelo que causa el paso de la mujer. Pero también hay miradas y actitudes llenas de hostilidad que no se pueden obviar. Si un hombre levantara la falda de una chica con una cacha, la calle entera le reprobaría. Pero no fue lo que ocurrió cuando un hombre hizo eso mismo a la periodista ataviada con burka, hecho que se produjo en la plaza de San Marcelo. Las risas retumbaron por todo el lugar.

De la misma manera, comprar una botella de agua o entrar a mirar en una tienda de ropa se convierten en una lucha interna, porque ni dependientes ni clientes intentan esconder su incomodidad. Sentarse en una terraza e intentar pedir un café es una misión casi imposible y no se sabe qué es peor: si un camarero que te ignora abiertamente o uno que sale y vuelve a entrar al local para evitarte.

Probablemente lo más doloroso sea ver cómo los niños se acercan inocentes y sonrientes preguntando si eres un papón o tirando del vestido reciben como respuesta de sus padres un: «Ven, ven, aléjate, que mira qué susto de señora». Es angustioso sentirse como un monstruo por la ropa, aunque en este caso represente algo más que una simple vestimenta.

El centro de salud es el único lugar donde se recibe un trato, si bien frío, amable y cordial, como si fuera una más. «Pero que sepas que aquí en España no tienes por qué andar con burka, hija», un comentario condescendiente que llega al alma y que deja sin palabras, a pesar de estar cargado de buenas intenciones. Fuera del centro, alguien pregunta si está todo bien y ofrece ayuda. Es el remate de una mañana en la que he escuchado y sentido demasiado.

francisca bravo

leonalsol@diariodeleon.es

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