Diario de León

Los mendigos del censo

«No se puede dejar a la gente tirada en la calle». Los ‘sin techo’ aprueban la iniciativa del Ayuntamiento para ofrecer recursos sociales.

Uno de los transeúntes que ayer pedían en la calle en León y que estará el censo que prepara el Ayuntamiento.

Uno de los transeúntes que ayer pedían en la calle en León y que estará el censo que prepara el Ayuntamiento.

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carmen Tapia | león
León

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Son los desheredados, víctimas de su pasado, pero atrapados en un presente que los invisibiliza. Vagabundos, mendigos, transeúntes, ‘sin techo’. «No se puede dejar a la gente tirada en la calle». José Javier Lago Caballero es de La Robla. Tiene 44 años y desde abril está sin trabajo después de 25 años en activo. Es una víctima de la crisis. Ayer pasó la mañana en el centro de día que la sociedad San Vicente de Paúl, Cáritas y la Asociación Leonesa de Caridad acaban de abrir en la calle San Pedro. Allí toma café, lee la prensa, conversa con otros transeúntes y se refugia del frío. «Yo nunca he llegado a dormir en la calle», asegura, pero su vida ha dado un giro desde que lo despidieron, junto a otros 39 compañeros, como maquinista de trenes y responsable de seguridad y circulación en el traslado del carbón al puerto de Gijón en su trabajo para Acciona Rail. Ahora comparte piso con Juan Antonio Suárez, otro leonés de Valdelugueros de 52 años que lleva en la calle desde hace un año tras la muerte de su madre. Entre los dos pagan 230 euros de alquiler, pero el dinero que reciben de la Renta Básica de Ciudadanía no les llega para cubrir gastos, comer y vestir. Viven sin luz, «cuando llegamos por la noche nos alumbramos con velas», cuenta Juan Antonio, «para vestir vamos al Corte Inglés de Cáritas» —se refiere al ropero—, y, de momento, tienen agua para asearse, fría claro. Pero el dinero no se estira y necesitan el apoyo de los recursos sociales. Desayunan, comen y cenan en el comedor de la Sociedad Leonesa de Caridad donde se han involucrado en el trabajo diario. José Javier, incluso, trabaja como voluntario en el comedor.

Identificación municipal

Sobre una de las mesas del centro está un ejemplar del Diario de León. «Está bien esto de que se haga un censo de los mendigos y se les retire de la calle», aseguran en corrillo, «antes que verlos en la calle...», «somos un país solidario», «hace falta mejores políticos y más dinero», «este país lo levanamos si nos unimos todos de verdad». En el centro hay una decena de personas a las once de la mañana. «Lo bueno sería que abrieran también por la tarde porque es cuando hace frío de verdad». De momento, este nuevo recurso para los transeúntes, que utilizan una media de cuarenta personas al día, sólo abre por la mañana.

Pero en este sencillo espacio de cincuenta metros cuadrados caben muchas historias. Algunas jamás serán contadas y se ahogan entre lágrimas, como las de Soledad, una mujer de 78 años que acude al local con su marido, un hombre de 82 enfermo de alzhéimer. Soledad no para de llorar. «Con lo bien que hemos vivido y cómo nos tenemos que ver». Las monjas de la Caridad les están buscando una plaza en una residencia de ancianos.

También llora María del Carmen, aunque prefiere que la llamen María, al recordar a una de sus dos hijas, a la que no ve desde hace tres años. Esta segoviana trabajó en Corporales cuidando niños y asistiendo a familias en casa, pero desde hace tres vive en León donde ha rehecho su vida con un senegalés tras quedarse viuda. La nube que durante unos instantes ensombrece su cara se torna en alegría en unos segundos. «Antes paseaba por la mañana, ahora vengo aquí. Estoy a gustísimo. Nos dan este café, conversamos con la gente. Es un lugar pequeño pero muy grande».

Y como la patria no está en el bolsillo, al centro acuden personas de todas las nacionalidades, como Juan Carlos Nepredo, un portugués de 40 años que vive en la calle desde hace veinte años. Un policía lo vio en la calle y lo llevó al comedor social, «Se me murieron el padre y la madre», recuerda. Lleva ocho meses en León, «pero ya me voy a ir pronto», dice. «Duermo en la calle, en un cajero, tengo mantas, pero no me gusta dormir así». Este portugués no tiene recursos. Vive de la mendicidad. «No puedo estar aquí mucho tiempo porque tengo que pedir para poder ir al comedor», que aunque es poco tienen que abonar una cantidad simbólica, «tampoco puedo dormir más de cinco días en el Hogar del Transeúnte y no tengo para pagar una cama aunque sea poco dinero». Pese a todo termina. «Pienso que mi vida cambiará».

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