Diario de León

Una infancia dedicada al campo

Con tan solo diez años, el pequeño Illán compagina sus estudios de primaria y juegos infantiles con la ganadería en la localidad babiana de Pinos, donde cuida junto a su familia de centenares de animales entre los que se cuentan vacas, yeguas, cabras, ovejas, gallinas, patos, palomas, carneros, caballos y diferentes razas de perros.

Illán a lomos de Farruquito.

Illán a lomos de Farruquito.

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No es una niña semihuérfana ni de su cabellera cuelgan dos anaranjadas trenzas. No nace de una historia ficcionada de literatura, ni protagoniza una famosa serie de televisión.

El protagonista de esta historia es un niño de diez años que vive en la localidad babiana de Pinos, aunque nació en Mieres, y que responde al nombre de Illán Álvarez. Nuestro niño va a sexto de primaria en la escuela de Huergas de Babia, a la que llega gracias a la ruta de autobús que conduce su propio padre. Sin embargo, también posee un oficio que complementa con sus estudios y que le reporta la mayoría de las satisfacciones que un niño puede obtener.

Desde la monta a caballo hasta la alimentación adecuada de todo su ganado o la domesticación de los perros pastores, nada se le resiste al niño que de mayor no se imagina ser otra cosa que no sea ganadero. SECUNDINO PÉREZ

Con tan solo cinco años Illán descubrió que la gran pasión de su vida estaba al lado de los animales de granja que poseía su familia, entre cuyas cuadras había pasado el tiempo la mayoría de su infancia. Es por ello que ahora decide pasar todo su tiempo libre al lado de cientos de animales, algo que en invierno no le queda más remedio que compaginar con los estudios. «En el colegio hay algunos niños que cuidan animales, pero la gran mayoría no lo hacen», comenta, «pero en verano la zona se llena de gente y hay muchos niños con los que jugar al escondite o ir a pasar la tarde al río cazando ranas».

Entre los animales que posee Illán junto con su familia encontramos 150 vacas, 120 yeguas, más de cuarenta cabras y ovejas, gallinas, patos, palomas, perros, cerdos y caballos, entre los que destacan sus dos preferidos: Tordo y Farruquito, sobre cuyo lomo decide lanzarse sin montura alguna para pasear por la pradera, «aunque normalmente monto a caballo para subir al puerto a poder vigilar las vacas o para dar paseos por Pinos».

Con sorprendente maestría Illán guía a tres carneros hacia el prado donde pastan y como si de un sabio pastor se tratase nos explica que tan solo tienen cinco o seis meses y que «aún no les han crecido los cuernos» pero sonríe orgulloso al recordar cómo una vez tuvo un carnero al que «con un año ya le daban dos vueltas los cuernos».

Estos, junto a las ovejas, son sus animales predilectos y reconoce que «cuidar de ellos es lo que más me gusta de la vida en el campo», una vida que, a juzgar por sus inocentes ojos, ha conseguido saciar la felicidad de una infancia dedicada al campo y a los animales y que «no le ha quitado poder disfrutar de ninguna otra cosa» que le apeteciera.

Unas botas mojadas puestas al sol reflejan que la jornada anterior ha sido dura para nuestro niño quien, acompañado de su inseparable tío Octavio, fue hasta el puerto a caballo para recoger a los potros, bajarlos y desparasitarlos, «pero al volver, alguno se despistó y me tocó cruzar el río varias veces para poder juntarlos a todos».

Illán no puede parar quieto, su espíritu inquiero y aventurero le obliga a correr de un lado para otro mostrando las bondades de los diferentes habitáculos de todos los animales que se encuentran en las cuadras aledañas a sus vivienda, donde podemos ver desde carneros hasta perros pastores, pasando por cerdos o caballos. Tres inmensos mastines se tumban cansados en cuanto encuentran una sombra donde reposar su cansada mirada, cinco pastores alemanes atados con cadenas a una de las paredes ladran, saltan, se muestran frenéticos ante la llegada de su pequeño dueño, quien explica que no puede soltarles «porque son muy buenos y tenemos miedo a que nos los maten». Tres cachorros corretean enérgicos entre las piernas del niño que maneja, con un solo sonido, los rumbos de cuantos animales se le aproximen.

«Si pudiera elegir entre esto y cualquier cosa, me quedaría con los animales», sentencia rotundo y afirma que cuando ser ganador quiere ser ganadero, «aunque ahora mismo no te sé decir si quiero estudiar también o si no lo haré».

Sin embargo, el simple hecho de nacer en cuna ganadera no supone convertirse en pastor de forma automática, sino que se lo pregunten a su hermana mayor, de trece años, a la que «no le gustan los animales, ni siquiera los perros, los odia», asegura entre risas e incomprensión Illán.

Desde los alimentos necesarios para alimentar a sus animales hasta la forma en que se ha de colocar las herraduras a un caballo, pasando por la doma de caballos o el tiempo de crecimiento de una cornamenta... Illán Álvarez ha nacido en la ganadería, está creciendo en ella bajo la orgullosa y satisfecha mirada de su padre y se augura un futuro dedicado al oficio de toda la vida que en los pueblos de la montaña leonesa se vaticina inmortal.

Sonriente, Illán comprueba si sus botas han secado, cierra la verja que separa a Farruquito de la libertad y acaricia a León, uno de los mastines que se estáa tumbado a la sombra. Un nuevo día está por delante y tanto Illán como sus animales están preparados para ello.

Miriam Badiola

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