Diario de León

COSAS DE AQUÍ

Las trece concepciones de Casa Benito

El tradicional canto de la Salve a la Inmaculada enmarca el centenario del bar más antiguo de la ciudad de León. Benito es un mito. Un vértice, a los pies de la hornacina de la Virgen de la plaza Mayor, en el que se cobijan cien años de la ciudad labrados en el mármol de su mostrador. Un establecimiento que alcanza su centenario cuajado de historias, leyendas y tradiciones que forman parte del imaginario del León más auténtico

Alfredo, en el centro, junto a Jesús, hijo y nieto de Benito, ayer durante la bendición

Alfredo, en el centro, junto a Jesús, hijo y nieto de Benito, ayer durante la bendición

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ÁLVARO CABALLERO | LEÓN
León

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Nadie sabe de quién es obra, ni hay testimonio de cuándo apareció ahí, en ese ángulo donde la plaza Mayor se desbarranca por las escalerillas para dar fuga al casco histórico. Es un vértice en el que se pliega la historia de la ciudad a los pies de una Virgen, cobijada en una hornacina humilde cuyo farol encendía cada noche un tasquero. Un espacio discreto en el que vela esa imagen a la que los cronistas atribuyen el milagro de que se trastabillara escaleras abajo un coracero francés con su caballo, cuando perseguía a los leoneses que se habían levantado contra la ocupación napoleónica, el 7 de junio de 1810. Esa Purísima a la que ofrendaban flores las madres que querían tener una niña, como recuerda Alfredo Méndez, el único hijo vivo del tío Benito, a las puertas del bar que abrió su padre hace ahora cien años, mientras escucha entonar, como cada diciembre por estas fechas, el canto de la Salve a la Inmaculada Concepción.

Trece concepciones de niñas le contó Alfredo a la Virgen de la plaza. «Y luego lo dejé», apunta entre risas, tras desvelar que todo empezó «con una vecina que tenía tres guajes y estaba emperrada en tener una chica». «Yo, que acaba de tener a la mía, le dije que eso era fácil: sólo tenía que traerle unas flores a la Virgen. Lo hizo y se la dio», cuenta divertido, al tiempo que enlaza que «en el número 19 había otra con cuatro rapaces a la que le pasó lo mismo». «Así, hasta trece en toda esta zona», insiste para describir cómo nació la superstición y pasó de boca en boca hasta conseguir que «quien quería una niña, venía, ofrecía flores y se la pedía a la Purísima». «Trece y paré de contar», porfía.

La leyenda es una más de las que ruedan por el mármol de Casa Benito, en el número 20 de la plaza Mayor, bajo la hornacina de la Virgen. Allí nació Alfredo hace 88 años y creció junto a sus cuatro hermanos —Benito, Jesús, Luis y Angelines— después de que su padre y su madre Marina compraran la casa «por 25.000 pesetas». «No las tenía el hombre y tuvo que remar de miedo para conseguirlas», rememora, todavía con las huellas en los cristales del agua del hisopo con el que el cura de San Martín bendijo el local por su centenario. «Si lo viera mi padre, se le caería la baba», acierta a expresar, antes de recoger el pergamino de piel con el que el alcalde, Antonio Silván, rubricó el homenaje de León. «En Casa Benito, un lugar de referencia, la historia de esta ciudad permanece viva. Este local fue y es balcón de los principales acontecimientos de la urbe. Y lo seguirá siendo», quedó escrito.

Un local que mantiene abierto ahora Jesús, nieto de Benito, ayudado por sus hijos Chus y Elena, quien agradeció el homenaje «en cinco palabras». «Aquí seguimos gracias a todos». Otro milagro de la Virgen.

Pergamino del homenaje del Ayuntamiento a Casa Benito.

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