Diario de León

Victoriano Crémer CRÉMER CONTRA CRÉMER

¿Gibraltar español o España inglesa?

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León

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NATURALMENTE uno no piensa, ni remotamente, que los políticos británicos, sean más listos, estén mejor formados y dispongan de facultades superiores a aquellas que los españoles disponen para el mejor y más brillante ejercicio de la misión de representación que se les encomienda. Si la Gran Bretaña tuvo un Shakespeare, España, al mismo tiempo, se salió por las peteneras de Cervantes. Si los hijos de la Gran Bretaña cuentan con el talento, la perspicacia y la malicia filibustera de Tony Blair, España dispone de la magia taurina de José María Aznar, capaz de pasarse por el costado en una revolera brillantísima al más bravo de los toros Victorinos. Y finalmente si Inglaterra, la Inglaterra de las Malvinas, tuvo una Tatcher, que se cargó a quien intentara reducir su campo de operaciones, a nosotros nos sobran las señoras estupendas, con tronío y coraje como para cubrir todos los cargos políticos de mayor riesgo, desde la Sanidad, hasta la Enseñanza. O sea, que uno, objetivamente no acaba de explicarse como España, la España de Gracián y de Suárez, puede permitir que la Inglaterra sagaz y ratera además de quedarse con lo que no es suyo -Gibraltar, las Malvinas, etc.- nos tome el pelo de manera tan descarada e inconveniente. Desde hace una porción de años, los respectivos gobiernos que se han venido sucediendo a lo largo, a lo ancho y a lo alto y bajo del último decenio, vienen asegurándonos que al fin el contencioso gibraltareño ha encontrado un punto de entendimiento y se están estudiando los argumentos y los mecanismos para alcanzar un cierto estado de co-gobernabilidad de la Roca. O sea, que en el mejor de los casos, nosotros, los españolitos tan amigos de Tony, nos veríamos en la obligación de ceder a los ingleses de la Roca, la mitad cuando menos de la gobernación y el manejo de la posición española. Y ello porque son más fuertes, más guapos y más osados. Y porque son íntimos de Norteamérica. Los españoles en general, señor Piqué, entienden, perfectamente lo difícil de su compromiso. Tener que tragarse ese sapo puede llevarle a una grave explosión gastronómica. Y los que seguimos, por afición sus andanzas del brazo de ese señor Jack Straaw, compañero de aventuras diplomáticas, para seguir engañandose o engañándonos poniéndonos, como en los carnavales, el aliguí a la altura de nuestras bocas, pero sin la mayor posibilidad de alcanzarlo, es una misión triste... Y lo que convendría al mejor entendimiento de la cuestión es que de una vez para siempre, explicara el contribuyente y elector español que no, que Inglaterra nunca, jamás, cederá ni un palmo de terreno de la roca española. Y que le están tomando el flequillo. Ciertamente en ese estado de subnormalidad o de ingenuidad infantiloide venimos incurriendo los españoles desde hace trescientos años, sin que a ninguno de los múltiples gobernantes, militares y paisanos, clérigos o seglares, se les haya ocurrido en algún momento de exaltación patriótica, reclamar de veras el derecho a patronear ese submarino atómico que es la roca. Cuando al que entonces era embajador de su grandiosa Majestad inglesa, en Madrid, le demandaba a gritos una muchedumbre enfervorecida la devolución de Gibraltar, el señor Hoare (o algo así se llamaba), salió al balcón, y respondió a los gritos de la multitud: ¿Quieren ustedes Gibraltar? Ahí está, abajo... Y no sucedió nada. Parece que un exaltado que por cierto había sido gobernador civil y Jefe Provincial del Movimiento de León, se acercó a la frontera de la roca exigiendo la devolución. Fue separado de cargos y presentaciones. Y eso que nos encontrábamos en el momento épico en el que estábamos construyendo un Imperio... Ahora bien, o ahora mal, según se mire: Si nos engañan, que sí que nos engañan, es o porque somos tontos o porque somos débiles.

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