Diario de León

Luis Artigue EL AULLIDO

¿Se muere la plaza del Grano?

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EL último censo constata que León ha envejecido todavía más, que los jóvenes se van y quedan aquí los ancianos, que esta ciudad tiene la barba blanquísima. No nos sorprendería que en el próximo nos dijeran que León se ha muerto. Pobre, con lo bueno que era... Junto a ésta nos sobreviene también la noticia de que se quieren cargar la última construcción puramente autóctona que queda en la Plaza del Grano, que en lugar de rehabilitarla han pensado en jubilarla, meterla en un asilo y sustituirla por una barby. Que la van a demoler y reedificarán en su lugar otra réplica casi igual pero de mentiras. Toma ya. No sólo la población, aunque el censo no lo diga las casas de León también envejecen y mueren. O las matan. Y el caso es que algunos tenemos la sensación de que si la Plaza del Grano estuviera en Nueva York, se harían peregrinaciones hasta allí y habría que pagar por verla. Incluso algunos leoneses lo harían. Estando aquí desde siempre, ya ven, no la hace prácticamente nadie ni caso e incluso quieren maquillar su antigüedad, su pureza, su esencia. Ni siquiera respetan lo que este lugar tiene de soporte histórico y referente cultural, lo que hay ahí de los seres de manos callosas que nos han precedido, eso que tiene la Plaza del Grano de alma de todos nosotros. Alguien debiera explicar a los alquimistas modernos, los constructores expertos en convertir sus ladrillos en dinero, que las piedras históricas no son ladrillos, son espejos donde mirarnos y ver a la vez quiénes somos y quiénes hemos sido. En una ciudad como ésta acaso no valga todo urbanísticamente hablando, acaso haya rincones emocionalmente sagrados que no se debieran profanar, y que nuestros gobernantes no debieran dejar adulterar bajo ningún concepto. "Piensa un poco en lo que estás haciendo antes de apretar el gatillo de la demolición, vaquero", deberían decir nuestros sheriffs políticos. Pero no. En lugar de eso lo que han hecho en Comisión de Gobierno del Ayuntamiento y también en la Junta de Castilla y León -antes de marcharse de vacaciones y aprovechando que mucha gente está ahora mirando para otro lado- es dar la bendición urbi et orbi a esa operación, a esa pasada por el arcén, a esa jubilación forzosa de nuestro patrimonio. Una hermosa casa de la Plaza del Grano está enferma y no han pensado en llevarla al hospital, sino en pegarla un tiro para cobrar la herencia. Protestan intelectuales, vecinos, los muertos en sus tumbas y hasta la burra y el buey, pero seguro que la tiran igual como quien derrumba un castillo de naipes usados, y el que no esté contento que se ponga, patalee o proteste al maestro armero, porque de todas formas ellos prefieren la estética a la ética arquitectónica. Olé. Quieren modernizar la Plaza del Grano pintando las fachadas de amarillo fosforito para que parezcan más nuevas y artificiales que el papel de regalo; la quieren hacer un leefting, inyectarle colágeno en las arrugas y operarle los pechos para que dé el pego de "tengo dieciocho años", pero eso no es cierto. No, con lo detestables que son las dictaduras, esto parece palpablemente responder a la dictadura urbanística de lo joven, y supongo que estas iniciativas tan interesadas surgen porque alguien piensa que León siempre está en plena crisis otoñal, que se conforma, que ha tirado la toalla, que no sabe defenderse ni a si mismo, que la cultura qué más da, que el pasado qué más da..., pero de eso nada, monada. Me hago uno con los cuadros de Petra Hernández mientras grito: ¡Viva la Plaza del Grano! ¡Viva lo que tiene vida!

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