En memoria de un idealista

La muerte, ese negro ungüento que todo lo cura, se ha llevado por delante a Joaquín González Vecín, profesor de geografías humanas, dos veces concejal y un idealista en eterna confrontación con las realidades de este mundo de don nadies. Haciendo de la cortesía su instrumento de trabajo, Vecín se plantó como concejal en el Ayuntamiento con una rama de olivo en la mano, pero retando al mundo para que viese de un modo nuevo. En aquella atmósfera de perpetuo cabreo, picardeando unos y otros en razón de sus intereses, Joaquín transpiraba empatía y buen rollo como declaración de intenciones y voluntad de estilo. Ya avisó el poético Bécquer que la soledad es el imperio de la conciencia, así que se fue alejando de las grotescas pendencias y mezquindades que son seña de identidad en la política local, dejando a modo de herencia su definitivo magisterio moral. Aunque, desde su atalaya intelectual en la Universidad, nunca renunciaría a la utopía y las convicciones más íntimas. No hace mucho tiempo supimos de la tremenda enfermedad que ha puesto punto final a la trayectoria de una persona que fue, en vida, un auténtico cheque al portador. Charlando sobre sus males, echaba mano del humor como máscara bajo la que ocultar el dolor, recomendando al que suscribe estas líneas en un proyecto ya que, según sus palabras, «habla en mi nombre, porque al ver como estoy nadie me niega nada». La enorme sensación de pérdida que nos produce su ausencia se curará gracias al bálsamo del recuerdo, el mejor homenaje que podemos brindar a un hombre que representó el triunfo de la calidad humana y la alta escuela personal.