Diario de León

| Reportaje | León en fiestas |

Madrugadas de cartón y piedra

Publicado por
Patricia Cazón León
León

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Ni el cabezudo más antiguo es capaz de cifrar cuantos años llevan en León él y sus gigantes. Pestañea, mueve los dedos y cuenta. «Son cerca de 40». No lo asegura porque, dice, nadie lo sabe con certeza. Mira con sus ojos de cartón-piedra al director de la comparsa, el jubilado Manuel Bayón, que le niega con el gesto saber algo. En el fondo da igual. Viernes. Diez de la mañana. Veinticinco gigantes y cabezudos esperan, inertes, en un rincón del edificio de los Bomberos a que alguien les ponga pies y dirección. Un grupo de chavales mira los relojes esperando las 'en punto'. A esa hora deberán tener las esponjas en los hombros (un cabezudo pesa siete kilos) y las ropas en su sitio. Será la hora de salida. Este grupo hetereogéneo lo forman 34. Altos, flacos, gordos, mayores o jóvenes, todos tienen cara de recién levantados y alguno, incluso, de resaca. «Salí ayer, pero da igual. Tengo tantas ganas de vestirme que se me olvidará el cansancio en cuanto salgamos». Habla Marta, una joven de 19 años novata en el desfile. Es una de las pocas chicas. Ellos soportan mejor el peso, el calor y el cansancio de tres horas de caminata. El más joven tiene 13 años y se esconde bajo la fachada de un marinero vestidito de azul. Todavía le quedan unos años para pujar por un gigante, que son vestidos por los más altos. Uno de ellos es Alfredo González, que lleva 26 años en la comparsa y es el más antiguo del grupo. Repite que no sabe cuanto tiempo llevan despertando a esta ciudad cuando está de fiesta. Pero lo hace corriendo. Ha llegado la hora. Dos músicos, ocho gigantes y cuatro cabezudos se van por un camino, el resto por el otro. Unos enfilan el paseo de Salamanca; los otros el camino que les llega a Armunia. «El recorrido cambia a diario». También prometen que madrugarán todos los días de estas fiestas. Cobrarán por ello 200 euros los gigantes y 170 los cabezudos. Pero a este grupo que corre detrás de los niños el dinero, en el fondo, le da igual. Para ellos, darle vida a estas estatuas de cartón, maquilladas con gestos toscos, feos y entrañables, no tiene precio. Limpiarles el polvo que durante el resto del año cogen en un almacen municipal, tampoco.

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