Diario de León

La misión más difícil: un ‘milagro’

La intervención casual del guardia civil Álvaro Morán fue crucial para devolver la vida al pequeño de 3 años ahogado durante casi una hora en la playa fluvial de Cimanes del Tejar. La noticia saltó el pasado 26 de junio en Cimanes del Tejar y conmovió a muchos: un pequeño de 3 años fue salvado de manera casi milagrosa de morir ahogado en la playa fluvial de Cimanes del Tejar. Lo que nadie sabía es que esta historia tuvo un héroe anónimo y crucial, Álvaro Morán, un ángel inesperado que recuerda el suceso como la peor pesadilla y el final feliz más sorprendente de su dilatada carrera de guardia civil. El niño se recupera en el Hospital Universitario de Burgos.

El agente Morán y su mujer, Vanesa, militar de El Ferral, hicieron posible el milagro.

El agente Morán y su mujer, Vanesa, militar de El Ferral, hicieron posible el milagro.

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carlos j. domínguez | cimanes
León

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Álvaro Morán es lacianiego y lleva 20 de sus 42 años en el Grupo de Reserva y Seguridad (GRS) de La Virgen del Camino. Afirma que «no tenía que estar allí», pero hoy sabe que si «la casualidad o quién sabe si el destino» no hubieran escrito el guión, el pequeño Juan Esteban sería uno más de los más de 25 muertos por ahogamiento que se llevan contabilizados este verano en España. Fue su pareja, Vanesa Medina, militar del Regimiento de Artillería de Campaña nº 63 de El Ferral, cuya templanza también resultó definitiva, la que le convenció con cierta precipitación para ir a pasar la tarde a una de las zonas de baño más concurridas de la provincia, por lo que «no llevaba ni bañador».

Antes de las cinco y media de aquel miércoles, la escena era como tantas tardes. Grupos de chavales correteaban con balones y pistolas de agua, aguardando con bullicio la hora de entrar al río con aspecto de rústica piscina. Álvaro y Vanesa recuerdan al pequeño del grupo: piel muy morena, regordete, «un guindilla» tratando de ir al ritmo de los mayores, enfundado en una toalla. Cuando llegó la hora del chapuzón, el divertido jaleo se trasladó al agua.

Les separaban escasos metros, como a la familia del crío, pero nadie vio nada. Lo primero fue el presagio de un brusco silencio repentino. Lo segundo, las palabras de los demás niños nombrando a Juan Esteban con volumen creciente y tenso, zarandeando su cuerpo que flotaba boca abajo, «nadie sabe cuánto tiempo». Álvaro Morán recuerda que «estábamos todos desorientados, empezaron los gritos y solo nos dimos cuenta de lo que ocurría cuando un hombre salió del agua con el pequeño en los brazos», ya sin constantes vitales.

Sin reacción vital

«Estaba morado, con los ojos abiertos, hinchado… Realmente pensé desde el principio que no había nada que hacer por él», admite. Los primeros golpes desesperados de su madre le habían hecho vomitar y expulsar cantidad de líquido y restos. Pero sin reacción vital.

El guardia civil tomó el relevo con aplomo («yo nunca le he visto tan seguro de sí mismo», rememora su mujer, que se encargó de alejar a la madre y sus hermanos y tratar de consolar sus gritos y rezos desesperados) y aplicó su instinto, la preparación recibida en su día y la breve indicación sugerida por teléfono por una persona de Emergencias 112: que no dejara de aplicarle las técnicas de reanimación cardiopulmonar pasara lo que pasara.

«En ese momento te acuerdas de nuestro capitán del cuartel que te ha dado los cursillos, que tantas veces te ha insistido en la importancia de los primeros auxilios, a veces mientras no prestas la atención necesaria… pero a mí ya nadie me puede decir que no es vital», reconoce el agente. Dado lo reducido del cuerpo del chico, la fuerte palma de la mano de Álvaro actuaba con firme suavidad, acompasada con el boca a boca, sin tomarse un respiro.

Catorce minutos eternos

Un amigo suyo, siguiendo sus indicaciones, cronometraba todo el proceso para informar con detalle a la llegada de los sanitarios, que partían en el helicóptero de Urgencias con base en Astorga. Por eso sabe que «fueron catorce minutos y medio» de una reanimación «en la que no tenía ninguna seguridad». Juan Esteban seguía sin pulso y sin respiración.

Así se lo transmitió al médico y al enfermero que tomaron el relevo nada más aterrizar el aparato, en todo momento apoyados por el guardia civil y otros agentes llegados de los puestos de Veguellina y Benavides. Le abrieron vías, le monitorizaron y persistieron en la reanimación. Ya casi nadie contenía la respiración con esperanza después de que transcurrieran «otros 38 minutos» de reloj en manos de los efectivos del Sacyl. Sumando el incierto tiempo flotando en el agua, el pequeño prácticamente había pasado una hora sin respuesta alguna. Malo.

Y de repente, el paralizado corazón que había detenido el de todos los presentes volvió a la vida. Y los pulmones se hincharon por sí mismos. Y el mayor suspiro de alivio de su vida salió por los labios del curtido guardia civil, incrédulo y también preocupado, como todos, por «si mantendría las constantes el tiempo suficiente para llegar a un hospital, porque en el helicóptero no hay espacio para reanimar»; y aún si lo conseguía, valorando las posibles y graves secuelas que sufriría el pequeño.

Urgencias ‘fantasmas’

El breve traslado al helicóptero no estuvo exento de tensión, recuerdan varios testigos. Un enfermero «tan brusco desde un principio como resuelto a la hora de actuar» solicitó por teléfono preparativos para Urgencias Pediátricas del Hospital de León. «No hay Urgencias Pediátricas en León, trasládenlo a Burgos o Valladolid», le contestaron al otro lado. La misma brusquedad «y cabezonería» de este profesional, que advirtió de que el pequeño no aguantaría el trayecto y que llegó a amenazar con dureza si algo pasaba, hizo que se impusiera la lógica. En apenas 5 minutos, el niño ingresaba en «estado muy grave», según se recogía en la información oficial divulgada por el 112 que saltó a todas las redacciones nacionales.

A Álvaro Morán le quedaron dos profundas secuelas: un «dolor físico al día siguiente en lugares donde nunca me había dolido, supongo que de la tensión»; y la congoja de «la duda de si has hecho las cosas bien y si al final el niño se puede salvar».

Esa misma noche Álvaro y Vanesa visitaron a los familiares en el Hospital de León y no han pasado dos días seguidos sin que el guardia no llame a Blanca, la madre de Juan Esteban. «Me cuesta mucho, seguían hundidos y me temía cada vez recibir la peor respuesta», admite tan humilde e impactado «que ni siquiera saben que soy guardia civil, ni nada de mi, a veces sólo decía quién era al final de la conversación».

Después de varias jornadas en coma inducido, hace tres días la voz de la madre parecía otra. Le contaba a Álvaro que todas las pruebas indican que todos los órganos vitales de Juan Esteban están en perfecto estado, aunque con una lenta recuperación.

Fue entonces cuando salió a borbotones de su interior toda la tensión acumulada en forma de un violento y liberador llanto:

—«No podía parar, era incontrolable, me venía siempre la imagen de ese chaval con los ojos abiertos, perdidos…» (suspira, mantiene una muy pausa larga y su mujer le acaricia la mano que ayudó a salvarle).

—«Lo conseguiste, recuperaste su vida. Si no hubiera sido por ti…».

—«Eso espero, que todo salga bien del todo al final», dice mientras se repone.

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