Diario de León

Eugenia, centenaria de Campo de Villavidel: "La cabeza me va bien, apetito no me falta, bebo agua y un poco de licor arreglado"

Eugenia García Gorgojo

Eugenia García Gorgojo.DL

Publicado por
J.D.R.
León

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Eugenia García Gorgojo nació un 26 de marzo de 1924 en Villademor de La Vega, León. Se casó con Edmundo Franganillo, natural del cercano Villarrabines, fallecido ahora hace 10 años. Mundo se fue a trabajar de pastor a Campo de Villavidel, aguas arriba de la misma ribera del Esla, y acabaron instalados en este pueblo para el resto de sus vidas.

Aunque hace casi dos meses que esta mujer menuda y enérgica entró a formar parte del reservado ‘Club de los Centenarios’ de la provincia de León, fue el 15 de mayo, festividad de San Isidro Labrador, con gran tradición lúdica, religiosa y gastronómica en Campo, cuando todo el pueblo le rindió un emotivo homenaje. Al finalizar la misa del patrón de agricultores y ganaderos, el alcalde del Ayuntamiento, Ángel Carlos Palanca, le hizo entrega de una placa conmemorativa, mientras que el pedáneo del pueblo, Francisco Pastrana, hizo lo propio con un hermoso ramo de flores.

Parió Eugenia cinco hijos, dos de ellos ya fallecidos, y disfruta de cuatro nietos y otros tantos biznietos. Dedicó gran parte de su vida a criar a los hijos y a la casa, pero le tocó trabajar de lo lindo en el campo, con el ganado y la hortaliza del huerto. Como esposa de pastor, también se hizo experta en elaborar quesos de oveja, que luego salía a vender por otros pueblos para ayudar en la economía familiar.

“La cabeza me va bien, apetito no me falta, bebo agua y un poco de licor arreglado, pero lo peor son las piernas”, comenta una enérgica Eugenia, que aún se desplaza lo justo con la ayuda de un bastón. “Es bastante testaruda”, añade su hijo José Ángel. “Tengo muchos años, ya tengo un ciento”, se muestra orgullosa la centenaria que, de momento, sigue viviendo en su casa sin querer ni oír hablar de residencias.

La protagonista de esta historia aguantó toda la Jornada de San Isidro como una campeona. Primero, misa y homenaje; siguió degustando una rica paella popular en el nuevo bar del pueblo junto a su familia y un centenar de convecinos; y por la noche, vuelta de nuevo al bar para compartir el típico escabeche con sus queridos paisanos. Al acabar la cena hubo bailoteo. Eugenia se sentó en primera fila para no perderse rumbas, pasodobles y jotas. No bailó, qué va, pero siguió el ritmo de la música con su bastón sin perder comba, quizá recordando tiempos mozos. Si alguien se acercaba al oído para felicitarla, ella respondía: “Que ya tengo un ciento…” Y los que vengan Eugenia, y los que vengan.

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